viernes, 2 de marzo de 2018

LA FUERZA RENOVADA DEL ALMENDRO



Hay citas obligadas, encuentros peligrosos y llamadas gozosas. Cada cual tiene las suyas y en todas ellas cumple según las circunstancias.
Entre mis citas anuales obligadas y gozosas, se halla mi encuentro con el almendro. ¿Pero almendros en Béjar? También en tierras altas se asoman a la vida los almendros y anuncian el lento despertar del sueño del invierno.
Hoy he cambiado mi recorrido matinal. Olvidé la carretera de acceso al monte Castañar, dejé en el misterio y el silencio la Fuente del Lobo (¡a estas alturas casi sin agua entre sus fauces!), no saludé a los montes y regatos que llevan y que traen de la Centena, y me fui calle abajo en busca del almendro.
El Parque Municipal se despierta lentamente con los primeros pasos de los madrugadores; lo bordean los coches, que ruedan con prisa, camino de no se sabe dónde. Lo bordeamos tranquilos y sin prisas. Es tarea diaria y yo creo que los árboles nos conocen y hasta nos saludan desde sus ramas desnudas y aún frías. Una nutrida bandada de palomas rastrea con sus picos la hierba y las semillas, y algunas ya zurean. Ahí se quedan saltando, como primeras habitantes de este parque desnudo.
El Cordel de Merinas acoge los rumores de los coches en su andar paralelo y encogido. Cuánta historia por él en el pasado. Alguien pasea un perro. La regadera corre muy deprisa, cargada con los restos de la lluvia. Lo demás es silencio, mirada y complacencia.
Llego con curiosidad a la Fabril, recuerdo de niñez y de trabajo, de fábrica y horarios, de proyectos pasados. Hoy toda una barriada se levanta en sus solares. Me acerco a los castaños de indias que amparan, como buenos centinelas, la travesía. ¿Apuntarán sus yemas? ¡Hemos entrado en marzo! No hay cuidado. Apuntan, pero menos o muy poco. ¿Cómo es posible esto a estas alturas? Efectos del invierno, del frío y de los hielos.
Pero era mi objetivo el almendro y sus flores. Y allí están colgados en las piedras, asomados al mundo de nuevo, con su inocencia blanca y espumosa. Apenas son tres arbolitos colgados en las hendiduras de las peñas, mostrándose a la vista y alegrando la luz de la mañana. Me paro a contemplarlos como hago cada año. Me absorben mis recuerdos, ya lejanos, al lado de estos árboles, con el túnel del tren al lado, huyendo hacia el norte entre los humos y hacia la luz del sur de la estación; también el paso rápido del tiempo, que se lleva entre sus brazos mi vida y las vidas de aquellos que tanto los miraron y me vieron mirarlos,
Este año he acudido con retraso a la cita que tengo concertada con el aviso temprano del almendro. Será por estos fríos y este invierno tan largo. He fallado y lo siento, porque ellos sí están, como siempre, esperando que vaya a visitarlos. Sé que ellos me disculpan.
En cuanto pase el núcleo de estas aguas, todo ha de ser locura de naciente primavera, será todo un griterío sin pausa proclamando la vida y su presencia. No puede ya tardar en darse a todos. Ha llegado el heraldo cantando la noticia. Y yo ya tengo ganas, muchas ganas. Pero el primer abrazo será para el almendro, para esa niña flor que se derrama y alfombra con sus pétalos el suelo en el que yo viví y miré a la vida con ansias y con luz, con los abrazos de los que me quisieron.
El almendro sigue recordándome firme cada año lo que fue y lo que es. Gracias por todo.

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

Qué bien escribes!

Antonio dijo...

Es tu bondad de lectora.