viernes, 16 de marzo de 2018

BASURALEZA



Con frecuencia me quejo del uso de palabras, innecesarias de todo punto, que introducen las personas que habitan los micrófonos y que ponen escaso cuidado en el instrumento que usan para la comunicación. Siempre hay que asegurar algo evidente: la lengua es un ser vivo que se renueva cada día, que pierde y que gana en vocabulario y que añade o suprime acepciones según la sociedad le va marcando el paso. En definitiva, está al servicio de la comunicación. La queja viene no del cambio sino de los que cambian y lo hacen sin ninguna conciencia de lo que están haciendo, y tal vez con escasa preparación para dar lecciones a nadie.
Para esos cambios serenos y sensatos, la lengua posee numerosos mecanismos y va saliendo a flote como puede. Y siempre puede, pues no es más que el reflejo de la sociedad que la crea, la usa o la olvida.
Hoy me entero de la creación de un neologismo que me parece del todo acertado. Se trata del término basuraleza, acrónimo, como se puede ver, de estos dos vocablos originales: basura y naturaleza. Casi nada. Enhorabuena. Bien traído. Mis aplausos.
Aunque la realidad que intenta nombrar es antigua, la importancia y el volumen actual la hace más evidente y dolorosa; por eso está justificado el neologismo. Hay basura por todas partes y la naturaleza se resiente del abuso que hacemos con los restos de todo tipo.
Las variantes y la amplitud en los tipos de basura terminan por ser inabarcables. Cada uno puede visualizar aquellos que le sean más cercanos y próximos: pipas, cigarrillos,  contenedores, residuos de perros por las calles, restos de plásticos en el campo, contaminaciones varias, fondos marinos, ríos sucios y grises, latas de conserva o de bebidas, residuos orgánicos donde no deben… Y así hasta el hartazgo.
Suelo pasear a diario y cada vez me siento un poco más ligado a las sensaciones que me aporta la naturaleza; sin armonía con ella no sé cómo se puede sobrellevar una vida digna. Los fines de semana alargo con mis amigos el paseo por estos alrededores privilegiados y por esta lujuria de paisaje que la naturaleza nos ha regalado. Creo que ponemos buen cuidado en no molestar al contexto natural. La naturaleza es nuestra compañera y nuestra amiga; en ella yo me siento más yo mismo y entiendo algo mejor los conceptos de tiempo y de espacio, la pequeñez en la que me muevo y la grandeza de los elementos que en ella me están siempre esperando, la diferencia entre el tiempo biológico y el discurrir geológico, y tantas otras cosas. 
En este pequeño planeta en el que cada día nos asentamos más seres humanos, no queda mucho sitio para hacer de nosotros lo que nos venga en gana; nos jugamos demasiado, incluso la misma supervivencia. No hay que tomarlo a broma; esto es muy serio.
Hay que volver a una naturaleza privada de basuras, mentales y físicas, orgánicas e inorgánicas. Tal vez así, este hermoso neologismo (basuraleza) vuelva a su ser primero, al rincón del olvido, porque no haya realidad que necesite ese nombre, porque haya perdido su trabajo y su razón de ser. Ojalá. No pintan buenos tiempos para ello. Veremos.

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