miércoles, 6 de diciembre de 2017

ME CONSTITUCIONALIZO


Imagino a estas horas a los representantes públicos celebrando, en los pasillos del Congreso, el día de nuestra Constitución. En otros muchos lugares se habrá hecho o se estará haciendo algo similar. Está bien. Yo echaré mi cuarto a espadas, como siempre en unas líneas y, por tanto, de manera casi indiciaria.
Las leyes no abarcan la diversidad de la vida, pero son necesarias como guía para una supervivencia satisfactoria.
La Constitución es la ley de leyes y a ella hay que acudir en casos de duda y de divergencia.
La Constitución es un acuerdo de mínimos entre las diversas maneras de ver la vida en una comunidad; por ello, nunca le podemos pedir ni perfección ni que nos contente a todos y en todo.
Las sociedades cambian y se renuevan, las generaciones incorporan a sus formas de vida y a sus escalas de valores nuevas exigencias que antes no se consideraban tales. Por ello se habla de derechos de primera, de segunda o de tercera generación. Eso pide la renovación de las Constituciones cada cierto tiempo.
Nuestra Constitución fue elaborada, aprobada y promulgada en unas circunstancias especiales: aquello que llamamos la Transición.
Hasta el día de hoy han pasado casi cuarenta años. Son muchos y las circunstancias son bien diferentes. El sentido común pide que se revise nuestro código general.
Siempre parece más prudente un proceso de renovación parcial, pausada y en algunos fundamentos que ir a un período constituyente nuevo. Nuestra Constitución es homologable con las de los países de nuestro entorno y yo no veo la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva, aunque todo se puede defender.
Si no sabemos ordenar y jerarquizar los artículos de cualquier Constitución, iremos a un caos sin remedio. Por ello es esencial empezar por delimitar los territorios y los sujetos de soberanía. La situación actual bien lo demuestra. En este sentido, tanto valen los argumentos centralizadores como descentralizadores, siempre que se manifiesten con razón y buena voluntad. Pero hay que empezar por ahí y dejarlo muy claro.
Si una Constitución no se basa en unos principios ideológicos precisos, tampoco tendrá una exposición clarificadora. Los apartados y artículos no pueden ser más que el desarrollo de tales principios.
¿Cuáles pueden ser esos principios? ¿Acaso otros diferentes de los de libertad, igualdad y solidaridad?
No se entendería que las modificaciones constitucionales no se realizaran si no es para incorporar nuevos derechos para los ciudadanos y para asegurar una sociedad abierta, civil y cosmopolita.
Algunos principios en los que profundizar para incorporarlos como derechos constitucionales: Derecho a la salud universal; La discapacidad y la dependencia; El Estado laico; La separación clara de poderes con cambio de nombramientos; Los derechos y deberes en la nueva sociedad de las redes sociales y de internet; La sostenibilidad de los territorios y del medio ambiente; El derecho REAL a una vivienda; La legalización de los diversos modos de convivencia en pareja; El derecho a la muerte digna; El derecho al trabajo como forma de participación en derechos y deberes de todos los miembros de una comunidad…
No son pocos estos diez principios y campos de mejora. La comunidad se los merece. Pero debe exigirlos y hacerse partícipe de ellos.

Si en el Congreso a estas horas están brindando con vino, que lo hagan por la Constitución actual, pero también por la que se puede imaginar y soñar como nuevo marco más libre, justo y solidario en su renovación. Arriba esas copas.

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