lunes, 25 de diciembre de 2017

ESPERANDO LA COMIDA DE NAVIDAD


Por primera vez después de mucho tiempo, terminará el año sin haber vuelto a leer el Quijote. Se había convertido ya en una costumbre el hecho de empaparme con su lectura y con sus enseñanzas y este año apenas he salteado capítulos aislados. A veces elegidos al azar y a veces buscados por alguna razón concreta. Hoy, en espera de la comida navideña y después de rastrear por algunas páginas digitales, he decidido abrir el libro por donde el destino tuviera determinado. Le tocó al capítulo XXXVII de la segunda parte: Aventura del rebuzno. Aparentemente parece de transición y de divertimento solamente: Sancho intenta una demostración rebuzneril, los paisanos se sienten burlados y la emprenden a palos con él y con el caballero. Y hete aquí por dónde, ¡el caballero huye! Y me deja al pobre escudero apaleado. Lo aguarda alongado del lugar y cuando observa que ya no hay peligro para su integridad. ¿Pero dónde se ha visto tal disparate? ¡Los pájaros a las escopetas! ¡El valiente y esforzado caballero con miedo y calculando y razonando cuál puede ser su mejor actuación, y el miedoso de Sancho hecho un guiñapo!
Ambos se emboscan y estalla la tormenta. El autor se escuda en una afirmación que quiere sustentar todo lo que allí ocurre: “Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta, y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión”. ¿Dónde, entonces, los caballeros andantes y sus gestas imposibles? Don Quijote se nos ha vuelto juicioso: “…has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama temeridad”.
Aquí vio su ocasión Sancho para seguirle en su trampa. Para andar echando cuentas y bajándose a la realidad mostrenca, mejor en el pueblo y en el campo. A echar cuentas, a saldar el contrato y cada mochuelo a su olivo. Algo de regateo, la inclusión del valor imaginativo de la ínsula y adiós.
El caballero no se arredra ni se achica; practica claramente la huida hacia delante y llama a su escudero de todo: “Prevaricador de las ordenanzas escuderiles, malandrín, follón, vestiglo, asno, …un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo”. Qué cabrón, no hay derecho. Lo que digo, los pájaros a las escopetas.
Y Sancho se me acojona y se me deshace en pucheros y en lágrimas, se propone asno con cola y “jumento para todos los días que me (le) quedan de vida”.
Vale, muchacho, te perdono la vida y vamos adelante, le viene a decir don Quijote.
Qué barbaridad. Repito, las funciones y las personalidades cambiadas. Y triunfante el que defiende sostenella y no enmendalla. Siempre he entendido que la personalidad del escudero se hace mayor, adquiere más peso y protagonismo que la del caballero en la segunda parte de la obra inmortal y acaba por hacerse más próximo y amigo del lector.
Pero a mí, como siempre, me interesa en la medida en la que pueda trasladar la consideración a mi vida y a la de mis contemporáneos. ¿Conviene alguna vez mantener la huida hacia delante aun sabiendo que no estamos siendo exactamente honrados? ¿Vale la mentira para ahorrar males mayores? ¿En qué condiciones se podría defender esa huida y ese cinismo? ¿Cuántos y cuándo somos caballeros, y cuántos y cuándo somos escuderos?

No, no era un capítulo de transición; en él se entrecruzan dos formas de comportamiento bien distintas. Tal vez como nos sucede a todos cada día. También en aquellos hechos que parecen sin importancia y de pasar el rato. Cada cual sabrá.

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