viernes, 15 de diciembre de 2017

DE UNA CHARLA IMAGINADA: SIC TRANSIT GLORIA MUNDI



Aquel que después de su paseo diario y de su buen desayuno se sentó, como cada día, a leer un rato y que abrió un libro en el que se recogía una selección de Ensayos del autor de, tal vez, la mejor novela en castellano -salvo la del ilustre caballero andante, claro-, aquella que refleja la vida en la heroica ciudad que dormía la siesta y que en el segundo de los Ensayos se recogía la opinión que al escritor le merecían los autores de novela del siglo diecinueve y que después de elogiar por encima de todos a Galdós y algo menos a Juan Valera y de dejar en mucho peor lugar a gente como Pereda o Alarcón se extendía en opiniones y valoraciones acerca de autores de teatro y poesía de la misma época y que se sentó también a considerar estas valoraciones para ver si concordaban con las suyas y que mientras andaba engolfado en estas cavilaciones se acordó de cierta ocasión en la que le habían invitado a pronunciar una charla precisamente acerca de la novela en el siglo diecinueve y que se había preparado actualizando sus conocimientos y organizando un índice que le guiara en sus comentarios y que cuando llegó el día se acercó al lugar y que en el mismo se encontró con gente variopinta en edad y tal vez en conocimientos y que en las primeras filas vio sentadas a unas personas con pinta de sabérselo todo y que se asustó un poco por no saber si iba a estar al nivel y que un poco más atrás vio sentadas a otras personas con apariencia de representantes políticos del lugar y con señales de estar allí por obligación y con el deseo de tomar las de Villadiego en cuanto la ocasión lo propiciara y que otras cuantas filas estaban ocupadas por gentes con perfiles muy diversos y distintos y que antes de comenzar empezó a pensar de qué forma podría dirigirse a todos de manera que lo entendieran y no se aburrieran por exceso o por defecto y que empezó con nombres reconocidos y que enseguida observó desde su tarima que la gente ponía ojos de extrañeza y como de no entender nada y que tenía la intención de hacer una pequeña encuesta para comprobar qué libros conocían o habían leído los asistentes y que enseguida desistió de la idea y que a los diez minutos comenzaron a moverse las manos de un lugar y de otro tecleando los teléfonos móviles y que hasta algunos bostezaban y apoyaban sin pudor las cabezas en sus manos tal vez susurrando algo así como quién me ha traído a mí aquí y de quién habla este buen hombre si a mí todo eso me suena a chino y que ante un aviso de llamada a uno de los asistentes decidieron parar unos minutos y que aprovecharon para tomar un café antes de seguir y que mientras tomaban el café el conferenciante o charlatán (según quien tuviera que clasificarlo) solicitó ir al baño y que se dio cuenta de que al lado había una puerta que daba salida falsa a otra calle distinta de la que había utilizado para entrar y que sin pensárselo dos veces salió sin ser notado aunque su casa no estaba precisamente sosegada y que cuando arrancó su coche se dijo mejor hablo desde el puente para los peces que estos no se quejan y saben lo mismo que los que he dejado atrás y que se volvió pensando en lo efímero de la gloria y en qué pensarían esos escritores de los que había venido a opinar y que ya en el puente paró y prefirió ver cómo corría el agua sin parar y siempre con destino al mar y que pensó que allí el agua también se junta con las otras aguas y se confunden en una misma masa en la que nadie distingue si proceden de este o del otro río y que no quiso pensar más y que como hacía calor se dio un baño y también se sumergió durante un rato en las aguas del río y hasta pensó si no sería bueno dejarse llevar por la corriente hacia donde ella quisiera y que volvió a su casa y tiró todos los libros de la estantería y comenzó a salmodiar cómo pasa el tiempo y qué poco dura la fama y la gloria en este mundo y que así anduvo un buen rato por los pasillos hasta que subió la vecina de abajo por si acaso se estaba rezando algún funeral y había ocurrido alguna desgracia, y que esta le dijo con voz suave y cadenciosa déjelo ya usted, hombre, déjelo, déjelo.