lunes, 6 de noviembre de 2017

LA CADENA TRÓFICA LITERARIA


De vez en cuando caen en mis manos libros que se atreven con la demolición del hecho literario, con la risa literaria del mundo idealizado y fantasioso en el que tantos se instalan, seguro que para mantener ese mundo en el misterio y en la bruma que tan misericordiosa es con todos los que en ella se quieren refugiar.
Yo creo que puedo afirmar que he vivido casi toda mi vida al lado o en el interior del mundo de la creación literaria: lectura, enseñanza, creación, conferencias, análisis… Tal vez debería callarme y no agitar el panorama más de la cuenta, por la lluvia que me pueda caer encima. Tengo una ventaja que me ayuda: me gusta mucho la desmitificación y siempre la he defendido, no necesito cambiar el registro ni impostar nada para opinar acerca de este mundo. Y, a pesar de que me gusta la desmitificación, creo que la creación sigue siendo privilegio de pequeños dioses; o mejor, momentos especiales que sitúan al creador en un estadio único. Pero nada debería dejarlo allí para siempre; lo mejor es que, una vez producida la creación, se baje del pedestal y se vuelva a la vida con naturalidad, sin sentirse tocado por ninguna varita mágica ni creerse portadore de ningún don divino.
Lo que más me molesta de todo este mundo es que, en el fondo, las peleas se producen por un sencillo plato de lentejas, por unos minutos de vanidad o por una simple cerveza (a veces hasta sin alcohol). No son metáforas, sino ejemplos de la realidad. El ladrón de furgonetas llamado Dioni se jugó el tipo, pero al menos se llevó una buena saca de billetes y tomó el sol (y otras sustancias) en las playas soleadas de Río.
Algunas veces hay autores que se pegan el gusto de soltarse y de repasar historias internas y menos conocidas de creadores. Ahí aparecen todas las miserias imaginables y otras pocas más, al sombrajo se le caen todos los palos y lo que era tempestad se torna calma y hasta ausencia de una miajita de brisa. Vamos, vida llana y rastrera, vanidad y escasa altura. De “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” a “lo que pasa en la calle”.
Tal desmontaje es lo que intenta Rafael Reig en la novela “La cadena trófica. Manual de literatura para caníbales”. En boca de Espronceda pone estas palabras: “Al fin y al cabo, la literatura no es más que un tipo que está en su casa y se pone a escribir en pijama. Este individuo obstinado escribe y escribe, sin parar, hasta que consigue terminar el libro. Después otro sujeto lo imprime, otro lo distribuye y, al final del recorrido, siempre aparece otro, también en su casa, que se pone a leer sin zapatos, con los pies encima de la mesa. Esto es el fenómeno literario. Pare usted de contar. Tipos cansados, con ojeras, que escriben en pijama. Mujeres adormiladas en un vagón de tren. Hombres que se descalzan para leer más cómodos. Niños absortos en un rincón del patio durante todo el recreo”. Todo esto dicho por Espronceda: qué ironía.

En esta novela rige un tono jocoso y paródico; eso del fenómeno literario necesita muchas matizaciones, claro (creadores, editores, distribuidores, modas, lectores…); pero sería bueno que el mar encalmara, que el misterio se hiciera más luminoso para no caer en aquello de los jueves milagro, y que todos tuviéramos en el horizonte la levedad del tiempo y del espacio.

No hay comentarios: