martes, 7 de noviembre de 2017

¿EGREGIO O TIPO LLANO?


Palabras de Ortega, en su obra “La deshumanización del arte”: La poesía tiene que ser poesía pura, libre de implicación sentimental. El arte es un juego, es algo completamente intrascendente. Ese es el nuevo arte: ¡un deporte! ¡Una inyección de juventud deportiva! ¡La poesía es hoy el álgebra superior de las metáforas! El arte nuevo tiene que crear un nuevo público, un público artístico, que sea capaz de entenderlo como tal arte. El arte nuevo rechaza a la masa, que siempre corre a revolcarse en la realidad humana sin ver lo artístico. Hay que saber mirar el cristal, en lugar de mirar el jardín que hay al otro lado de la ventana. Hoy día, en la era del velocípedo y el cinematógrafo, la vanguardia es un arte impopular, un arte que solo se dirige a los que son capaces de entenderlo: los egregios.

Neruda en su “Manifiesto para una poesía impura”, en Caballo verde para la poesía: “Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen fuera y dentro de la ley. Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos”.
Y por los mismos años, Vallejo: “Un hombre pasa con un pan al hombro, / ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble? / Otro se sienta, ráscase; extrae un piojo de su axila, mátalo. / ¿Con qué valor hablar del psicoanálisis? / Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano. / ¿Hablar luego de Sócrates al médico? / Un cojo pasa dando el brazo a un niño. / ¿Voy después a leer a André Breton? / Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre. / ¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo? / Otro busca en el fango huesos, cáscaras. / ¿Cómo escribir después del infinito? / Un albañil cae de un techo, muere, y ya no almuerza. / ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora? / Un comerciante roba un gramo en el peso al cliente. / ¿Hablar después de cuarta dimensión? / Un banquero falsea su balance. / ¿Con qué cara llorar en el teatro? / Un paria duerme con el pie a la espalda. / ¿Hablar después a nadie de Picasso? / Alguien va en un entierro sollozando. / ¿Cómo luego ingresar en la Academia? / Alguien limpia un fúsil en su cocina. / ¿Con qué valor hablar del más allá? / Alguien pasa contando con sus dedos. / ¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?”.
Y así siempre. O casi siempre. El creador confuso y sin saber a qué carta quedarse, en qué cesto poner los huevos o a qué número jugarse las apuestas. Y no se trata solo de apuntarse a la moda ni al sol que más calienta. No, no es solo cosa de triunfos, sino de actitud personal, de honestidad, de concepción vital. Los parámetros del arte, las consecuencias del arte, las implicaciones y los contextos del arte.
¿Poesía pura? ¿Poesía impura? ¿La deshumanización del arte que proclamaba Ortega, o la implicación hasta las trancas en los hechos sociales, en sus asuntos y en sus niveles formales?
Hoy he traído tres ejemplos de hace un siglo. El combate se hace eterno y se repite siempre. Cada generación. Cada autor. Cada obra. Tal vez cada poema.

Parece evidente que las imágenes y metáforas de la poesía comprometida envejecen antes. Un repaso rápido a lo traído arriba lo confirma- ¿Y qué?, diría el autor. Y tal vez yo con él. La renovación de esa poesía y la insistencia en ella tiene un camino aparentemente más sencillo; pero también más auténtico y emocional. Siempre queda la duda entre ser “egregio” o tipo llano. Cada cual sabrá lo que tiene que hacer.

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