miércoles, 18 de octubre de 2017

PERO QUÉ MENTIROSO ERES


La habitación era amplia y diáfana. Además, estaba adornada con dos espejos que multiplicaban la longitud en ambos fondos. Entró con prisa pero se vio de repente sorprendido por la imagen reflejada en ambos espejos. Su incipiente calva, los evidentes surcos cerca de las mejillas y unas bolsas testigos decadentes de unos ojos negros y vivos le devolvían una figura no deseada que no supo distinguir si se correspondía con la realidad o era el reflejo de alguna ilusión o mal sueño.
Se quedó perplejo e inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Miraba indistintamente a uno y a otro espejo y se daba de bruces con su frente y con su espalda. Era como si persiguiera controlar de una vez su cuerpo y no pudiera conseguirlo por más que se esforzara. Se acordó de aquella expresión que uno de sus amigos le espetaba con frecuencia: “Lo que pasa es que cada vez se te presenta con más frecuencia el carnet de identidad y no quieres reconocerlo”.
Pero pasaron algunos minutos y la sensación se hizo más espesa y duradera. Una fuerza como invisible lo ataba a la sala y no lo dejaba salir de allí. Su mente comenzó a dar vueltas mientras se solidificaba la imagen dentro del cristal. ¿Era el cristal la verdad o era aparición y reflejo de otro mundo mentiroso? La verdad, la mentira; la mentira, la verdad. Qué conceptos tan arduos.
Pronto su pensamiento derivó hacia su experiencia y hacia el valor de ambas. ¿Es mejor la verdad que la mentira? Qué disparate. Claro que es mejor, pues todos aspiramos a ella y huimos de la mentira como algo negativo para la convivencia. Pero su mente daba vueltas y se enturbiaba. Claro que aspiramos a la verdad, pero esta es por definición única e impuesta, no la podemos ni modificar ni moldear. En cambio la mentira depende de nosotros y se presenta tan múltiple como múltiples son las personas que la predican o que la usan. En ese sentido, la mentira termina siendo más próxima que la verdad, casi más humana.
No le satisfacía el razonamiento porque la consecuencia era más negativa que el ajuste lógico. Algo fallaba.
Seguía sin moverse del medio de la habitación, sorprendido por las imágenes que le devolvía el espejo. Tenía que existir algún otro elemento que le salvara de la tentación de la mentira y de la abstracción de la verdad. Sin saber muy bien cómo, algo le dijo que explorara la imaginación como tabla de salvación, como camino diferente de la verdad y de la mentira. La imaginación le ofrecía la ventaja de la proximidad y de la individualidad, pero además lo elevaba hacia las nubes de lo sublime y de la creación, de lo que aspira a lo absoluto.

Lo hizo durante un tiempo indefinido. Aquel día salió de la habitación con el amor de los poetas y montado en un caballo blanco que lo conducía, entre la soledad, hacia la luz de la madrugada.

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