viernes, 22 de septiembre de 2017

LA EMOCIÓN


La elección de la palabra es siempre importante, pero aquí se me antoja clave. No sé si la mejor es emoción o acaso debería utilizar conmoción, convulsión, exaltación, agitación o hasta rebelión. Otra vez la imprecisión de la palabra.
En todo caso, quiero referirme a ese estado de ánimo alterado en que se encuentra un buen número de habitantes de Cataluña y que, al ser compartido, tal vez convierta todo en conmoción.
Ayer oponía la legalidad a la emoción en este caso. Lo hacía no porque necesariamente tengan que ser opciones que se excluyan sino porque creo que, según demos prioridad a un término o a otro, las actuaciones terminan siendo diferentes y, sobre todo, las formas que se practican a partir de esa elección. Dije y sostengo que, si no tenemos como primer referente la legalidad jurídica positiva, no hay forma sencilla -ni casi difícil- de ponerse de acuerdo. Escribí también que poner puertas al campo no es posible. Y en esas estamos, en poner puertas a una riada que se ha hecho casi diluvio.
Controlar emociones, sobre todo si son colectivas, resulta mucho más difícil que desbordarlas. Hasta ahora, muchos hemos contribuido al desbordamiento y a la riada, aunque no todos con la misma fuerza y entusiasmo. Encauzar ahora la crecida emocional no parece que tenga mucha mano de obra preparada y dispuesta. ¿Cómo se puede hacer eso? Yo no lo sé. ¿Cómo puede renunciar un gobernante cualquiera a cumplir y a hacer cumplir la ley? ¡Es su primera y principal obligación! ¿Cómo se puede, por otra parte, sustraerse a la emoción de un amplio colectivo, sobre todo cuando se comulga con esa emoción, como es el caso de los gobernantes catalanes? Cualquier renuncia, por cualquier parte, se antoja imposible, y las llamadas a la “negociación” en estos días parecen simples brindis al sol.
Yo no puedo negar el derecho a la emoción de nadie ni a su expresión individual             (yo mismo me emociono cada dos por tres) o colectiva. Sí afirmo que las aglomeraciones me dan literalmente miedo y que la experiencia enseña que un botellón místico no se hace solo en el Vaticano. Ahí están los estadios deportivos, las verbenas, las salas de fiesta, los mítines, las plazas de toros… Me resulta también muy difícil de objetivar conceptos abstractos y genéricos: nación, libertad, democracia… si no hay por detrás personas de carne y hueso.
Lo peor de todo es que a unas emociones se puede responder con otras emociones, también desbordadas y caudalosas. De hecho ya se puede observar en muchas ocasiones: productos comerciales, viajes, conversaciones… Este mal ya está hecho y su curación será larga y penosa.
Pero las aguas bravas corren impetuosamente hasta la llanura y hasta el mar; navegar por ellas exige gran pericia. Solo entiendo de nuevo, como tabla salvadora a la que agarrarse, la del sentido común y la buena voluntad. Quizás sea muy poco para esta ocasión.
Lo siento, no doy para más, no llego más lejos en este asunto.

Y, sin embargo, ¡hay que vivir, y levantar la cabeza cada mañana! ¿Por qué no ver sumas en lugar de restas y distanciamientos? A veces las cizañas crecen entre el cereal y no lo dejan ver. Ojalá grane el trigo y dé al final buen pan.

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