viernes, 29 de septiembre de 2017

DOS FUENTES PARA BEBER


1.- Me manda una persona próxima un libro y me invita a leerlo. El libro se titula Diez horas de Estat Català. El contexto me empuja y lo leo con avidez. El periodista Enrique de Angulo, testigo directo de los actos, recrea las horas de proclamación del Estat Català, por parte de Companys, en octubre de 1934. Fue apenas una noche.
El texto posee un sesgo centralista casi insoportable. No comparto esa postura en absoluto. Los datos hay que enumerarlos y después interpretarlos. Reniego de la interpretación que el autor hace, pero LOS INGREDIENTES Y LOS DATOS ESTÁN AHÍ, y esos no se los inventa.
El libro tiene vigencia por los acontecimientos de Cataluña. Creo que hay elementos diferentes, pero ¡coinciden tantos otros! Me gustaría mucho que los resultados no fueran los mismos de entonces, sobre todo en lo que a violencia se refiere. Pero tengo miedo, lo confieso.
2.- En nuestra página Libre Albedrío, leo la columna que ha colgado Manolo Casadiego, que ya parece que revive después de tanto tiempo postrado. Es una columna escrita por Lidia Falcón hace tan solo unos días y publicada en Diario 16. Aborda el mismo asunto, pensando en la actualidad. Suscribo lo que en ella se dice con escasos matices. Es esta:
La historia falseada
“El nacionalismo es un invento de la burguesía para dividir a los trabajadores. “Carlos Marx
Leo los argumentos de la izquierda apoyando el “referéndum sobre la independencia” y la “autodeterminación” de Catalunya, y me entristezco. Además de pretender separar a los trabajadores y a las mujeres de los pueblos de España, enfrentándolos entre sí, además de haberse lanzado a ese proyecto para ocultar el latrocinio a que se han dedicado los próceres que han gobernado y gobiernan Cataluña, además de haber desmovilizado las protestas sociales que se desencadenaron cuando comenzó el gobierno de Artur Mas, han falseado la historia.
Comentaristas hay que, situándose en la izquierda, aseguran que la independencia de Cataluña no es una moda que surja de pronto sino que sus orígenes se sitúan en el siglo XVII, cuando el ejército español la ocupó.
Con estos mimbres- y otros más endebles todavía como la supuesta catalanofobia que padecen los “españoles” contra el pueblo catalán- hasta Izquierda Unida y la Junta Estatal Republicana aceptan el derecho de autodeterminación de los pueblos de España en sus manifiestos programáticos.
Miro los carteles del magnífico cartelista anarquista catalán Renau durante la Guerra Civil, donde se llama a la acción: “Per la Llibertad de Catalunya Ajudeu Madrid”, “Defensar Madrid es defensar Catalunya”.
Recuerdo la declaración de la Confederación Nacional de Trabajadores de que la única patria del proletariado es el sindicato, y oigo todavía las apasionadas palabras, sobre la unión de los proletarios, de mi abuela Regina de Lamo, anarquista, cuando en los años anteriores a la II República militaba con Lluís Companys en Barcelona –quien fue más tarde presidente de la Generalitat de Catalunya- , por el sindicalismo y el cooperativismo codo con codo con los obreros catalanes. Mi abuela era de Jaén.
Recuerdo la indignación que sentí cuando María Aurelia Campmany me espetó que todo el que hablaba castellano en Cataluña era fascista.
Esta perversión de lo que había sido la fraternal unión de las clases trabajadoras en España ha calado en los sectores de izquierda actuales que, presos del Síndrome de Estocolmo, están apoyando las demandas de la burguesía siempre esquilmadora del proletariado. Dividiéndolo entre catalanes y españoles, entre los de pura cepa y los charnegos, entre los españolistas y los catalanistas, los independentistas y los unionistas, los federalistas y los centralistas. Esos Mas y Puigdemont y Junqueras no se atreven a reclamar la pureza de su sangre como hacen los vascos, porque sería demasiado para un pueblo que se formó con iberos, fenicios, cartagineses, romanos, germanos, árabes, judíos, franceses, andaluces, aunque sería bueno que se leyera a Herribert Barrera.
Pero eso de la “identitat” y del “sentiment” que se airea para justificar el deseo de los catalanes de separarse de los demás españoles tiene ese tufillo. Al fin y al cabo ellos son diferentes, porque son mejores. Y todas las diferencias tienden al racismo.
En memoria de Regina de Lamo, de Buenaventura Durruti que murió en el frente de la Casa de Campo, de Federica Montseny que estará revolviéndose en su tumba al oír a los independentistas, de Renau y sus carteles llamando a los catalanes a defender Madrid, de todos los catalanes y las catalanas que lucharon por mantener la II República, que decía en su artículo 1º que “era una República de trabajadores de todas las clases”, escribo estas líneas que merecen más un libro, para desmontar la falsa historia que están contando los independentistas para apoyar sus demandas.
1.-   Cataluña es el nombre de un territorio, como tantos otros, no de una persona, y como tal no tiene derechos. Los derechos los poseemos los hombres y las mujeres del mundo. Y son iguales para todos –o deberían serlo.
2.- Los orígenes genéticos y raciales no diferencian a los seres humanos. El racismo es un invento de los más reaccionarios de las clases dominantes para sojuzgar a los esclavos y a los pueblos colonizados. Todos tenemos el mismo origen: la mona Lucy que se encontró en Etiopía. Y nuestro mapa genético es idéntico, y muy poco diferente del de los primates.
3.- Es falso que el pueblo catalán se enfrentara a Castilla y al rey Felipe V en 1714, reclamando la independencia. La Guerra de Sucesión, a la muerte de Carlos II sin heredero, fue una guerra dinástica como tantas de la época, para hacerse con el trono de España. Enfrentando a la monarquía francesa con la austríaca. Todas las casas reinantes querían entonces hacerse con el trono de España que era la primera potencia mundial. Intervinieron en ella los ejércitos de Austria, Francia, Inglaterra, Holanda, Italia, España, unos a favor del Habsburgo y otros del Borbón. Y si la Generalitat de Catalunya apoyó al austríaco, que representaba además en aquella época la monarquía más reaccionaria, otros territorios, como el de Cervera, apoyaron al francés. Y en esa disputa la mayoría del pueblo catalán quedó al margen, obligado por sus gobernantes, clérigos y Ejército a alistarse en las tropas para defender sus intereses, cuando lo que deseaba era librarse de la servidumbre y la explotación.
4- Es falso también que Catalunya haya sido nunca independiente. Catalunya formaba parte del reino de Aragón.
5.- El decreto de Nueva Planta de Felipe V que abolió los Fueros de Cataluña. se enfrenta al feudalismo, inaugurando la etapa de construcción del nuevo Estado moderno.
6.- Ese decreto no significó hundir a Cataluña en la represión y la miseria, sino todo lo contrario: como anuló los acuerdos que había firmado Fernando con Isabel, permitió a los burgueses catalanes ampliar su comercio a las colonias americanas. Henry Kamen explica que “Cataluña siguió siendo una región importante, próspera y floreciente, el territorio más rico de España”.
7.- Lluís Companys no declaró la independencia de Cataluña ni en 1934 ni en 1936. Declaró el Estat Catalá dentro de la República Española.
8.- Los trabajadores, las mujeres, los militares, los intelectuales, de Madrid y de toda España que lucharon en defensa de la II República lo hacían también por el Estatut de Cataluña.
9.- El pueblo de Madrid que luchaba contra el fascismo lo hacía también por defender el Estatut de Cataluña.
10.- Los trabajadores catalanes, republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas, se levantaron en armas el 18 de julio de 1936 contra el golpe militar, y crearon el cuerpo de voluntarios que fueron a intentar liberar Zaragoza y siguieron hasta Madrid, donde muchos dieron su vida defendiendo la capital de la República. Entre ellos el dirigente anarquista Buenaventura Durruti. Ellos no se equivocaban, sabían el que único enemigo era el fascismo.
11.- Durante la dictadura los comunistas catalanes no nos planteamos nunca la independencia de Cataluña. La consigna que defendíamos era “llibertat, amnistía y Estatut de Autonomía”, que era el de 1932, aprobado por las Cortes republicanas.
12.- Ni los españoles ni los madrileños padecieron nunca ninguna catalanofobia. Barcelona siempre fue el ejemplo del mayor desarrollo industrial y mercantil, artístico, cultural, científico, de nuestro país, admirada por todas las demás personas que vivían en España.
13.- No es cierto que el 80% de los habitantes de Cataluña quieran el referéndum sobre la independencia. Es otra falacia de los gobernantes. Hay que conocer al pueblo que vive en Barcelona y su conurbación industrial para saber que la mayoría ni quería modificar el Estatut, promovido por Maragall y origen del actual conflicto –votó menos del 50%- ni le importó la sentencia del Tribunal Constitucional ni quiere ahora esas aventuras. Solamente la ley electoral ha permitido que los partidos independentistas formen gobierno.
14.- El derecho de autodeterminación -libre determinación en lenguaje internacional- aprobado por el acuerdo de Woodrow Wilson y Lenin, al terminar la I Guerra Mundial, se refiere a los países colonizados por las potencias colonizadoras. Nadie en sus cabales puede creer que la situación de Catalunya –mejor dicho de los catalanes- es como la del Sáhara bajo la opresión de Marruecos o la isla de Timor bajo Indonesia o la de la India o Kenia bajo el imperio Británico.
15.- Y por supuesto, nadie puede reclamarse de izquierdas planteando divisiones y separaciones entre los trabajadores. Porque esas solo benefician a la burguesía. Lo importante, no es si eres catalán o castellano sino si eres amo o esclavo. Y planteando la independencia de Cataluña del resto de España se consigue la atomización de un país que había llegado a un nivel aceptable de convivencia y solidaridad entre sus pueblos.
16.- Es inadmisible que se diga que Cataluña tiene una situación económica peor que el resto de España. Posee la segunda renta per cápita más alta después del País Vasco –ya sabemos por qué. Y si existe un déficit entre lo que produce y recibe es lógico. De la misma manera que los ricos pagan –o deberían pagar- más impuestos que los pobres, si todavía creemos en la redistribución solidaria como conquista de la izquierda. Esta es la reclamación de la independencia de los ricos.
Solamente el ejemplo de Yugoslavia podría hacerles reflexionar a los irreflexivos defensores de la independencia de Cataluña. Un hermoso y próspero país, que había logrado la paz y la federación después de la II Guerra Mundial, y estaba construyendo el socialismo, convertido en un mosaico de minúsculos Estados pobres y dependientes totalmente del Departamento de Estado de EEUU. Claro que hay quien dice que Cataluña sea otro Luxemburgo, otro paraíso fiscal entre Francia y España, bajo la potestad de la OTAN.
Es inaceptable que para conseguir ese objetivo se plantee un referéndum. Que, como todos, sería organizado, defendido, publicitado, con todos sus medios, por ese gobierno catalán, encubridor de las mayores tropelías de sus antecesores, para ganarlo.
Y, para que nadie se llame a engaño: yo soy catalana. Aunque hija de emigrantes, como tres millones más de los ciudadanos de aquella Comunidad que con nuestro trabajo y nuestra plus valía hicimos rica y grande a la burguesía catalana.
La izquierda española, si despierta de este hipnotismo y es suficientemente valiente para denunciar el engaño de los independentistas catalanes, debe dedicarse a unir a los trabajadores y mujeres de toda España contra los enemigos comunes: la Monarquía, el Capital y el Patriarcado.

Y mientras no tome ese camino, quedará derrotada y sin impulso para dirigir las fuerzas que tienen que alcanzar el poder para transformar el país.

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