martes, 27 de junio de 2017

PAÍS DE EXTREMOS


Vivimos en el país del sobresalto y de los vaivenes. Creo que hasta estamos acostumbrados a ellos por su frecuencia y que los echamos de menos cuando se estira un período de tranquilidad y de cierta armonía. Parece como si no estuviéramos preparados para nada que no sea tensión y desequilibrio, guerra y altercados, empujones y exigencias. Solo hay que mirar la Historia para certificarlo: romanos y cartagineses, cristianos y musulmanes, reinos contra reinos, regiones contra regiones, sequía contra inundaciones, estío contra invierno, pleno empleo (bueno, este casi nunca) contra empleos temporales, iglesia contra razón, imposición casticista contra días mundiales de diversidad, millonarios contra indigentes, Magaluf contra clausuras…
Cualquier apartado se podría considerar y en cualquier campo podríamos pararnos a reflexionar.
No sucede nada contrario en el mundo de la creación literaria. No es casualidad que España sea el país del barroco y a la vez de la esencialidad y el casticismo mesetarios.
Los dos campos en los que nuestros creadores han destacado con mayor fuerza son exactamente la picaresca y la mística. En ambos se trata de una escapatoria de la realidad. Así, en el primer caso, la picaresca, se podría decir que es como una huida “por abajo”; y, en el segundo, la mística, una huida “por arriba”.
Pero tienen en común mucho más de lo que a simple vista pudiera creerse. ¿De qué realidad huyen? ¿Por qué huyen de esa realidad? ¿Cuál es la meta que aspiran alcanzar?
¿Quién está dispuesto a comentar esto en la ciudad estrecha, aunque sea en torno de una mesa y con cervecita de por medio? ¿Nadie ve que esto afecta a todo en la vida y no solo a la creación? ¿No hay algún representante público que se salga de eso de ganar o de perder y se avenga a algo más amplio y duradero?
Lázaro o el Buscón, nuestros dos pícaros de referencia, revientan la realidad agarrándola -cada uno en su grado- por el sitio que más le duele y mostrándola con toda su crudeza; para ellos no sirven las ocultaciones ni las medias tintas, las imposiciones sociales ni los remilgos religiosos que ocultaban lo que realmente les sucedía a casi todos los pobres ciudadanos.
Juan de la Cruz aspira a ascender hasta otra realidad en la que poco o nada tiene que decir la escala de valores en la que gastaba su vida del siglo. Así lo hizo hasta darle “a la caza alcance”. Otro tanto hacían Teresa de Jesús o Miguel de Molinos.
Estas expresiones artísticas, que tanto placer literario producen, segregan también un desasosiego que lleva a pensar si no sería mejor alguna línea  intermedia en la que más ciudadanos se sintieran menos intranquilos y algo más seguros.
Ahora comienza la etapa más calurosa del año (no álgida, coño, que álgida significa helada). Se vacían las ciudades y se llenan las playas; aumenta el empleo, que volverá a ser paro dentro de muy pocos meses; se llenan de ruidos las noches y se vacían de razones los días… Siempre extremos, o todo o nada.

Tal vez desde la creación literaria también podamos repensar qué es lo que más nos interesa. A leerla.

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