martes, 30 de mayo de 2017

ELOGIO A BÉJAR


Con frecuencia me quejo de aspectos de esta estrecha ciudad de Béjar en la que gasto mis días. Confieso que son muchas más las ocasiones en las que me callo y hago como si no hubiera visto nada. Digo conscientemente “como si no hubiera visto”. Hoy quiero hacer un alto en el camino y expresar mi alegría por algo que también ha sucedido y sucede en la ciudad estrecha.
Ayer se clausuraba el curso de la Universidad de la Experiencia en la Escuela de Ingeniería. Se hacía con los protocolos propios de estas ocasiones, que a mí no me gustan demasiado, pero que entiendo que son formas no fáciles de cambiar. Esto importa poco y ahí queda.
Lo más importante es comprobar cómo hay más de un centenar de personas que deciden cada curso apuntarse a unas clases que les aportan conocimientos y que les suscitan curiosidades diferentes a las que puedan sentir en sus diarios normales. Ahí la historia y la razón son las que mandan y la vida se somete a escrutinio hasta reflejar tal vez una visión distinta de la que lo establecido les ofrece cada día. ¿Qué otra cosa, si no, tiene que ser la universidad? La más académica y la menos formal.
De esto sí que me siento orgulloso, y de los bejaranos que son protagonistas de ello también. De los que coordinan las actividades, con Ramón Hernández a la cabeza, y de todos los que participan de cualquier forma. A pocos lugares acudo con mejor actitud cada vez que me piden que imparta alguna clase.
La curiosidad, y todo lo que implica, es la principal diferencia entre el ser humano y los demás animales. Despertarla es ya dejar el camino expedito para que se mantenga, se incremente y se desarrolle para toda la vida. Supongo que de las mentes de algunos alumnos se habrán caído algunas ramas un poco secas y demasiado ancladas en la tradición y en ese dejarse llevar en el que andamos todos un poco. No pasa nada, de eso se trata. Así la vida se hace más próxima, más personal, más humana, más racional y menos supeditada al impulso y a la imposición automática. La enjundia de la vida se halla en la búsqueda incesante del porqué de las cosas, en un continuo alzarse y caerse para volver a intentarlo de nuevo desde las fuerzas que nos ofrece la razón.
Hay algún otro lugar de la ciudad estrecha en el que se juntan también más de un centenar de personas. No necesito concretar más. Lo hacen como forma de pasar el tiempo con el juego. Cada cosa tiene su tiempo y cada día su ocupación, pero me quedo con la actividad que despierta la curiosidad, que acucia a la reflexión y que ayuda a considerar de otra manera el espacio y el tiempo concreto que nos toca vivir. Unos días con el ánimo caído ante lo que vemos y otros con la emoción un poco más elevada, como ocurrió ayer con tanto halago a esta ciudad en las frases que recopiló y expuso J.S. Paso en su exposición final. Tal vez demasiado halago, pero hay ocasiones en las que el contexto acaso lo pide y lo disculpa

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