sábado, 15 de abril de 2017

REDIMIDOS


De redimir dícese en el DRAE que es “rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio”. También, entre otras cosas, “poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia”.
Tal vez esto adquiera hoy pertinencia porque andamos cultural y religiosamente en eso que se llama la redención de Cristo a través de su pasión y de su resurrección. Poco importa que se aplique a creyentes, a agnósticos o a ateos: su significado impregna la cultura occidental de tal manera (y en todo caso el sentido de espiritualidad de todo ser humano) que cualquiera siente la curiosidad y tal vez el deber de deshojar esta margarita para ver si el final es positivo o negativo.
Damos por hecho que estamos entendiendo un rescate de esclavitud mental o espiritual. ¿O este rescate alcanza también a una nueva concepción de la vida práctica en la que se supone que todos los componentes se sitúan en una vida más desahogada y más próspera también en los aspectos físicos? ¿O es que acaso una concepción mental de la vida no lleva aparejada una realización diaria, social y política, determinada? Tal vez aquello de “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” ofrezca alguna pista. En todo caso, a mí no me convence esta división.
Pero quedémonos en el plano espiritual. Sera que la esclavitud estará en el pecado y que la liberación viene a situarnos en la eliminación de culpa y en perspectiva de gracia y de salvación. Vale.
¿De qué pecado se nos redime, de eso que se llama el pecado original? ¿Qué conciencia puedo yo tener de eso? ¿Y qué participación en el bocado de la manzana? ¿Mis hijos y los hijos de mis hijos tienen que cargar con mis deficiencias y con mis culpas? ¿Acaso me los van a llevar a la cárcel por mí si me condenan algún día? Ya sé que todo se presenta en plano simbólico y en parábola, pero el fondo de misterio y de miedo sigue estando ahí. ¿Empezamos a imaginarnos la situación paradisíaca y de tentación? ¿Por qué esa provocación a pobres gentes que ni se imaginan las consecuencias negativas y eternas del incumplimiento de un mandato tan tentador y tan sabroso? ¿Y por qué no ahorrarse todo este penoso proceso de tentación, caída, pecado, dolor, trabajo, injusticia y, como consecuencia, redención? ¿Por qué no el amor desde siempre y para siempre?
Y, por si fuera poco, ¿qué proporción hay entre un descuido humano concreto y la necesidad de que todo un dios tenga que mostrarse en dolor y sufrimiento, en desprecio y en muerte de cruz para redimir de un descuido minúsculo? Pero, por Dios (y ahora estas dos palabras cumplen su significado literal), esto no guarda proporción ninguna y no hay quien se lo explique. Si bien lo miramos, todos tenemos que haber quedado redimidos y bien redimidos con la pasión del hijo de Dios.
Si así es, al menos miremos hacia el futuro y sintámonos alegres y definitivamente libres de toda conciencia de pecado y de miedo. Fuera maldiciones y amenazas, menos religión de miedos y más de amor y de justicia, más religión de vida y menos de muerte, más de resurrección y menos de pasión y de lágrimas. No será difícil suponer que este amor y esta redención abarcará tanto a creyentes como a no creyentes y que no debería interrumpir el desarrollo del ser humano desde sus cualidades racionales y desde el deseo de una vida cada día más positiva y feliz. No sé cómo se podría pensar que la redención significara volver a situaciones anteriores si estas fueran de sometimiento y otra vez de miedo y de no te menees porque te vuelvo a expulsar del estado de felicidad del paraíso. A este juego del ratón y el gato yo no quiero jugar.

 No deja de ser una presentación un poco naíf del asunto, pero estoy dispuesto a la disputa pública y amistosa con cualquiera. Por hoy basta.

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