martes, 4 de abril de 2017

NOVERIM TE, NOVERIM ME


Sé que la frase tiene origen en san Agustín, autor que quiero, autor que he leído en buena parte y autor de importancia decisiva para entender la implantación del cristianismo en el imperio romano y en toda la cultura de Occidente. El santo y filósofo la aplicaba como deseo de conocer a Dios y, de esa manera, conocerse a sí mismo. En algún momento entendió que, para él, el origen de todo estaba en Dios y que era ese Dios el que contenía las ideas, que, desde su bondad, prestaba a los hombres para conducirse en la vida y para entenderla, desde su libertad (el Libre albedrío), pero como dependientes de Él y como seres con finalidad en Dios. Algo parecido había sucedido con Platón, el divino Platón, y ocurrirá con Descartes, y con… Nicomedes Martín Mateos.
Nicomedes Martín Mateos es el intelectual bejarano por excelencia. Él supo, desde sus lecturas y conocimientos filosóficos, desde sus abundantes lecturas de las filosofías francesa, alemana e inglesa, plasmar un intento completo en España, de la corriente filosófica llamada El Espiritualismo. La esencia de todo su pensamiento está precisamente en esta primacía de las ideas, anteriores a la realidad y eternas, existentes en Dios, prestadas, en sus límites y características correspondientes, a los seres humanos, y la consecuencia de explicar todo los demás desde el desarrollo de las mismas y desde la adecuación de la vida a dichas ideas divinas. Por eso partió siempre de la metafísica como base de todo lo demás.
Académica e históricamente se explica su empeño en el estudio y la falta de convencimiento que tiene de las corrientes filosóficas del idealismo alemán (poco comulga con Kant o con Hegel, por ejemplo) y de las empíricas inglesas (opinión similar le merecían Hobbes o Hume, entre otros). Son algunos filósofos franceses los que más a la par andan en sus opiniones (Bordas de Moulin, el primer Francisco Huet y, por supuesto, Descartes, sobre todo). En general, su empeño es reflexionar y combatir el desarrollo de todo el positivismo del siglo diecinueve, y de manera más cercana, lo que parecía traer todo elemento socializado o anarquista, como la Comuna de París.
En conjunto, me parece un empeño nobilísimo, pero, si ya en el siglo diecinueve suponía un muro ante el enorme campo que el desarrollo positivo estaba empezando a cultivar, qué se puede decir más de un siglo después, con todos los conocimientos que se han ido incorporando tanto en la ciencia como en la técnica o en las llamadas ciencia sociales. No resta esto ni un ápice a esa última pregunta que parece siempre colgando de la mente humana acerca del sentido de su vida, del principio y del fin de la misma. En ella seguimos todos empeñados, con mayor o menor conocimiento o entusiasmo.
Pensaba utilizar el título como indicador de otra idea, pero se me quedó la mano pegada al resumen de la filosofía de Nicomedes. Para otro día será. De todos modos, si actualizamos la frase del título (“que te conociera, que me conociera”) y traducimos a conveniencia esa segunda persona (noverim te: he desacralizado la frase), no parece mal empeño ese de conocer al otro, sea este quien sea, y, sobre todo, conocerse, así, uno a sí mismo.

Por dejar algo para el rincón de pensar, algo que tiene que ver con el espiritualismo que defiende Nicomedes: ¿Qué es antes, el concepto de bondad o la persona bondadosa? O, dicho de otro modo, ¿qué es antes, el concepto o la realidad que la explicita? Las respuestas diferentes comportan caminos muy diferentes también. La respuesta, para otro día. 

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