viernes, 21 de abril de 2017

DE NOTARIA Y NOTARÍA



Aquel que estaba triste porque había perdido a su progenitor y que había recibido la herencia de una vieja casa y que, después de mil actividades con la funeraria que no terminaban nunca, tuvo que ir al notario para regular la herencia recibida, y que, al llegar a la puerta del edificio, se encontró con un letrero en el que rezaba NOTARIA, y que se dijo qué bien que una mujer ejerza esta profesión tan copada hasta hoy por los hombres, y que, una vez que pasó dentro, se dio cuenta de que en realidad lo que quería decir la placa era que allí había una notarÍa, o sea, un despacho de notario, y que se dijo uy aquí no conocen muy bien la ortografía, mal asunto, y que solicitó los papeles que había ido a buscar, y que, de repente, en cuanto echó una ojeada a los mismos, se dio de bruces con una factura que multiplicaba por mucho lo que esperaba que le cobraran, y que miró una a una las hojas y vio que en todas cabía mucho más texto que el que estaba escrito, y que se quedó un poco pensando en el significado de NOTARIO y recordó que en su derivación de la palabra “nota” no era otra cosa que la persona que toma nota de algo, y que pidió un diccionario y buscó la entrada en el DRAE y en sus cinco acepciones hacía referencia a esta labor de tomar nota, y que pensó que tal vez un notario no fue desde el principio sino el que sabía escribir y ejercía de secretario, y que pensó que hoy día casi todo el mundo sabía leer y escribir y no como ocurría a mediados del s. XIII, momento en el que se incorporó tal palabra, y que se lo hizo saber a quien le había entregado los documentos, y que este le respondió que era un simplón pues un notario tiene que dar fe en conformidad con las leyes, y que le respondió que cualquier persona tiene que realizar sus actos en conformidad con las leyes, y que el ayudante del notario frunció el ceño y le respondió que las tasas las imponía el ilustrísimo y reverendísimo colegio de notarios, y que le miró con cara de pocos amigos y le dijo que a él qué le importaba lo que dijera el ilustrísimo y no sé cuántos ísimos colegio de abogados que a él lo que le importaba era que por aquellos folios más blancos que escritos tendría que rascarse el bolsillo hasta dejarlo limpio por unos meses y que no le merecía la pena la herencia de su progenitor, y que el ayudante se levantó para llamar al notario, y que volvió con él al momento y, sin mediar nada más, le espetó que hubiera estudiado para notario y ahora no le pasaría esto, y que se rebotó y cogió los papeles, se marchó y bajó las escaleras rumiando la respuesta del susodicho, y que pensaba qué podía esperar de un razonamiento tan obtuso, grosero, simple y primario como aquel, y que todavía anda con el enfado encima, y que se acordó de que el notario tenía una hija fea como el demonio, y que anda pensando si no le podría responder con la misma moneda cuando los viera, y que casi seguro que no lo hará por no caer en el mismo error que el que critica, y que es mejor que no le toque ir pronto a la farmacia para que no le suceda lo mismo, y que mejor… Et que, por decir este enxiemplo como ha sido cuntado, non debe ser vezino fuertmientre castigado. 

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