viernes, 10 de febrero de 2017

PASEOS: LA CENTENA


Levanta la persiana y mira. La luz ya te saluda como signo de vida que también se levanta y se renueva. Hay un primer rayo de sol que se asoma gozoso entre las nubes. Los Picos de Valdesangil se alegran  y se visten para el día. Ha llovido en la noche y una parte del agua se ha quedado para vestir con una fina capa blanca parte de las laderas de la sierra. El calendario indica que es febrero, en la cota día diez.
Pues, si la luz se anima, anímate también y ponte favorable para todo, para todo lo que un nuevo día ha de ofrecerte, y di un sí muy rotundo a lo más favorable y a lo que se te ponga más esquivo; estate para todo lo que existe, para lo que es y hoy se decide a estar cerca de ti y a rozarte con sus bondades y con sus garras afiladas. Al fin y al cabo, es un nuevo regalo que te ofrecen y tienes que mostrarte agradecido.
Sal alegre a la calle. ¿No ves? Casi no hay nadie en las aceras y el frío de la noche permanece. El parque de la Corredera sigue enseñando en pie a los centinelas que, desnudos, se estiran en sus ramas hasta el cielo. Solo algunas personas se apresuran hacia sus ocupaciones. Has bordeado el parque y te despides para quedarte solo y en silencio, camino del Regajo. Anda, apresura el paso y no tengas cuidado. El acerón a ratos está helado. No importa, es cuesta arriba. Peor lo tienen los coches, que bajan alocados por las prisas. No te enfades con ellos: tal vez el sueño ha retenido a sus conductores en el calorcillo tibio de las sábanas.
Hoy apenas hay nadie. Otros días te cruzas con los madrugadores que suben y que bajan por ese camino ancho que es de todos. Qué hermosa es la mañana y cómo te complaces al gozarla respirando al compás y al ritmo de tus pasos: un, dos, tres, cuatro (inspiración); un, dos, tres, cuatro (espiración). El cuerpo va tomando su ritmo y su cadencia. Y, mientras, tú te dejas llevar hacia otros sitios. Y ves el horizonte, y acotas los espacios, y piensas en los tuyos, que son todos, pero unos más que otros, y das vueltas al mundo… Y respiras, y ves, y miras, y ahora sientes… Y todo lo agradeces.
Apenas sin notarlo -ha de ser la costumbre tu mejor aliada- has llegado a la Fuente del Lobo, esa que cada día te presta la frescura de un buen trago de agua, que te acerca rumores en las fauces del lobo, que siempre te recuerda que hay canales y venas escondidos más allá de los ojos. Allí reposas solo lo que pide darle gracias al agua y a la fuente.
De pronto, ¡qué sorpresa! ¿Los ves? Están ahí mismo, no más de veinte metros. Son dos ciervos que cruzan el camino, se paran un momento, como para anunciarte su presencia, y siguen tan gallardos monte arriba, hasta perderse al fin entre castaños. Y, por si fuera poco, el misterio se cubre con manto de niebla y con suelo de gotas de nieve. Y tú en medio de todo, contemplándolo todo, respirando, mirando, sorprendiéndote, contento y silencioso. Apenas canta un pájaro que yo no sé si anuncia primavera o también lo que grita es la sorpresa de ese cuadro de sombra, nieve, niebla, agua, camino…, y ciervos alegrando la mañana.
Pero vamos, que hay que seguir la senda. El camino se estrecha y cruza regatillos, con escaso caudal pero bien fríos y blancos. El campo, nuestro campo, sigue pidiendo agua. Estamos en invierno y aún hay tiempo. ¿Te sigues contemplando en medio de la niebla, solitario, todo naturaleza y en medio del olvido de todo lo que late allá más lejos? Pues déjate llevar y siente y anda, camina sin agobios y mira hacia los cielos, también hacia los suelos. Baja con precaución y mira las mimosas que empiezan a apuntar en la Centena, con esos amarillos que pronto serán oro.
Ahora el sol ha ganado a la neblina y luce sin pudor frente a las ramas que guaran el camino. ¿No ves cómo brillan las gotas de lluvia que han quedado dormidas asidas a los tallos y a las ramas? Cada una es un destello que multiplica la luz y es como si el cielo con sus estrellas hubiera bajado hasta los suelos a jugar un buen rato.
Y buscas los recodos, algunos más sombríos, y te asomas a tenues atalayas que te enseñan la silueta desnuda de la ciudad enfrente. Pero tú sigues solo y quieres seguir solo en el camino, sin saber con certeza para qué.
Desde Santa Ana divisas aun mejor lo que allá enfrente también forma la vida y la consume con un latido débil. Miras, piensas y sueñas con un latido fuerte y optimista que sea muestra de empuje, de vida verdadera.
Y con tu paso gris y acompasado te internas en las calles, en los ruidos, en ese otro latido de la vida que puebla sin descanso las aceras.

Compras el pan y vuelves a tu casa. Anda, dúchate y desayuna. Te aguarda la lectura y estas pocas palabras que compones como si fueran foto de un paseo que te aguarda feliz cada mañana. 

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Y de vez en cuando, en buena compañía.