martes, 24 de enero de 2017

CONTEXTOS


Cuando un alumno crece en edad, lo hace también en amplitud de conciencia y de mirada, de curiosidad y de explicaciones. En cualquier campo de la cultura se aprovecha para acercarle su conciencia a otros elementos y a otros momentos distintos de aquellos en los que vive y que conforman su presente y sus apetencias más elementales.
Eso mismo ocurre en el apartado de las lecturas y en el campo literario en general. Con frecuencia es este un momento en el que aparece el peligro de separación entre los gustos personales y los esquemas que proponen las obras que, también con frecuencia, son impuestas y obligadas.
¿Por qué se produce tal distanciamiento y, a menudo, un olvido que dura mucho tiempo y acaso todo el tiempo del mundo? Causalidad múltiple aparte, pero siempre presente, creo que lo que se descose fundamentalmente es el contexto diferente en el que se sitúan la obra y del lector. La lectura del Quijote será difícilmente productiva si el lector no se esfuerza en entender el ambiente en el que se produce la obra y emocionalmente no se sitúa en el mismo.
Es verdad que las obras clásicas, y más las inmortales, superan casi siempre los elementos de contexto para hacer florecer por encima de todo un ramillete de ideas y de consideraciones que sirven para todo tiempo y espacio; pero nada está completo si no es con los elementos en los que se imagina, se escribe y se produce. Para la enseñanza y práctica de esta materia parece, pues, fundamental concordar estos dos tiempos físicos y emocionales; la obra con su aportación; el profesor con su experiencia y conocimientos; y el alumno o lector con la predisposición adecuada.
Y, aun así, no resulta sencillo empaparse del espíritu de aquellas obras que se han concebido en otras épocas y que responden al espíritu y a los valores de aquel momento. Me sucedía hace un par de días con la relectura de la obra Paul et Virgine, de la que es autor Saint Pierre y que obedece a un esquema romántico en la naturaleza, en la religión y en las relaciones sociales. No me supone ningún esfuerzo sintonizar con los valores que se le atribuyen a la naturaleza, siempre exuberante y alterada; pero qué difícil sentirse próximo a las manifestaciones amorosas, tan remilgadas e idealizadas que terminan por ser inverosímiles; o de la escala de valores sociales y religiosos, tan rígida y sin aristas. El ejemplo es casual y se repite en cualquier creación que se aleje un poco de nosotros en el tiempo, en el espacio o incluso, aunque sea contemporánea, en los valores que exponga.
El contexto, siempre el contexto y lo que condiciona y explica.
¿Dónde, entonces, el valor de una creación?, ¿hasta dónde llega en el tiempo el mérito y la importancia de una obra?, ¿qué podemos extraer de ella para nosotros, lectores de otro tiempo?, ¿cuánta atención debemos prestarle desde otros contextos?, ¿podemos explicar bien el presente sin el conocimiento del pasado?, ¿hay realmente verdades absolutas e intemporales?... Muchas preguntas se suscitan al hilo de la lectura de una obra del pasado. Aunque ninguna anule su lectura.

Por lo demás, la obra citada responde a un ramillete amplio de creaciones literarias que ejemplifican el anhelo de una arcadia feliz y de una utopía natural y humana que explican su estilo y su trama. Pero esto ya es asunto más amplio y académico, y aquí y ahora lo dejamos dormido.

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