lunes, 17 de octubre de 2016

LO QUE SE CREE Y LO QUE DICTA LA RAZÓN


La vida sirve ocasiones suficientes y hasta sobrantes en las que el ser tiene que actuar con su totalidad dividida entre lo que cree y lo que le dicta la razón, entre aquello que cree más oportuno y productivo y lo que le pide el corazón: una petición de un familiar, un acto de comprensión ante algo desvalido, la concesión de razón en una discusión…
Pocas veces, sin embargo, el desgarro es tan doloroso como cuando se oponen lo que se piensa y lo que se cree, lo que pide la razón y lo que insinúa ese apartado misterioso que tal vez meta miedo pero que no acaba de irse del devaneo de cada día. Porque cuando el divorcio se plantea para un momento se puede soportar, pero, cuando se produce en un trayecto vital amplio, entonces el dolor es continuo y presente, se alarga y se adensa hasta niveles complicados.
¿Qué hacer en tales casos? El modelo racional indica que la modernidad camina precisamente por la preminencia de lo que se piensa sobre lo que se cree cuando no hay coincidencia en sus procederes. Pero ese silogismo es demasiado sencillo para ser del todo verdadero. Porque, ¿Qué aprieta más y duele más, un razonamiento o una creencia? A ver quién me ata esta mosca por el rabo. En favor de la razón, no obstante,  podríamos aducir que es más duradero su empuje.
Así, en esa lucha, se hallan razón y creencia (aclaro que me refiero a la creencia como aquello que se siente aunque no se racionalice, no solo a las creencias de tipo específicamente religiosas), dándose palos y guantazos según los momentos y las circunstancias.
Trato, a título de ejemplo, de imaginar esta lucha en las cabezas de algunos políticos en sus actuaciones y manifestaciones diarias, ante los demás y ante su propia conciencia, frente a la butaca pública y en el interior de sus conciencias. Y, en un esfuerzo mayor, me figuro la lucha interna de los miembros del Comité Federal del PSOE que en unos días tienen que decidir sobre el Gobierno de España, algo en lo que seguramente empujarán tanto la razón como la creencia, lo que les pida la cabeza y lo que les demande el corazón.

Y todo ello suponiendo que nos movemos en el mejor plano de la buena voluntad y del sentido común. Si, además, incluimos la cizaña del interés personal o de las necesidades más egoístas y particulares, entonces la lucha puede dejar heridas de difícil cura. ¡El ser humano, ese ente misterioso y contradictorio, maravilloso y mezquino, compasivo y egoísta! 

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