Ayer, san Simeón; hoy, san
Urbano; mañana, santo Tomás. Así reza en mi calendario, y supongo que responde
al santoral oficial. Cada día tiene un santo, cuando no una virgen o una
cuadrilla entera de patronos.
Es que ya no caben en el santoral
y, con frecuencia, tienen que disputarse el patronazgo del día, con división de
oraciones según los fieles y con actos de adhesión según los devotos. Entramos
en julio, en uno de los meses cargados de fiestas patronales por toda la
geografía, o sea, en época en la que ejerce el patronazgo toda esta cantidad de
protectores divinos, que andan prestos a
la atención de cada cual y que son algo así como los sustitutos de la divinidad
absoluta, esa que -para qué nos vamos a engañar- no tiene tiempo para atender
individualmente a cada uno de sus fieles y, por ello, delega en sus segundos
espadas.
Claro que, también en esto del
patronazgo existen categorías y jerarquizaciones. Donde esté una virgen que se
quite un santo, y donde esté un apóstol que se ande con cuidado un obispo. Más
difícil lo tienen las advocaciones de un mismo protector. ¿Qué puede hacer la
advocación de una virgen frente a su rival cuando cada una protege a un equipo
de fútbol, por ejemplo? A ver cómo se justifican las del equipo perdedor. ¿Y la
de un pueblo con la del pueblo de al lado?
En todo caso, hay protector para
cada uno y para cada caso. Mo hay más que pedir y esperar. No es nada nuevo
este esquema. El mundo clásico poseía dioses para cualquier actividad, incluso
para las más livianas y escondidas: hasta diosa de las cloacas poseían. A ver
cómo iban a pasar los cristianos de los primeros siglos de tantos dioses a uno
solo, sin intermediarios ni ministros que arreglaran por lo menos el día a día
y el detalle. Por eso, a pesar de tratarse de una religión monoteísta y de dios
único y universal, el menudeo anda dividido y delegado en tantas vírgenes y
santos.
Y de vez en cuando la iglesia se
desmelena y aumenta el catálogo, como si fuera uno de Ikea. Solo el papa Juan
Pablo II ha beatificado y santificado a
más personas que todos los demás papas de la Historia. Como para no
santificarlo a él también, que hay que ser agradecidos y uno más entre tantos
no desentona nada.
A ver quién se queda sin patrono,
sin esa fuerza oculta y misteriosa, que no se sabe dónde está, ni siquiera si
está, pero que uno prefiere invocarla por si acaso cada vez que se
acongoja y no sabe cómo salir del
atolladero. Siempre hay un por si acaso que queda en el aire y en el futuro. Después,
si el asunto sale bien, al agradecimiento; si sale mal, el hágase tu voluntad
de turno.
La cosa parece que tiene guasa (y
debería tenerla en cantidad), pero es un hecho cierto y, sobre todo, es un
hecho que encierra buena parte de las costumbres y de las acciones de la vida. Así
de sencillos, de débiles y de pobres somos. En el verano, este asunto se
manifiesta mejor que nunca: una mezcla de religión, de fiesta pagana y de
confusión comunitaria.
¿Qué patronazgo invocarán hoy los
manifestantes del orgullo gay? Y, por cierto, ¿por qué tanta gente se ve
obligada a asistir a esta manifestación cada año y casi nadie acude a las manifestaciones
obreras del 1º de mayo, por ejemplo?
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