Anotar que el tiempo pasa -que es
lo que siempre pasa- y que nos va primero acompañando y después dejando en el
olvido no me supone ningún descubrimiento: se trata de idea eje en mis
pensamientos y en mis palabras. Cada cosa es muestra de ello, cada hecho diario
lo confirma, cada acontecimiento, por nimio que sea, lo corrobora.
Hoy he acudido en ayuda de
algunas personas para trasladar las pertenencias que quedaban desde la antigua
sede del PSOE hasta la nueva. Eran ya varios los años que allí permanecían, en
silencio y como si nadie se acordara de ellas. En las últimas semanas, tanto
UGT como el PSOE han cedido al ayuntamiento sus sedes antiguas con la petición
de que los dedique a actividades culturales o sociales. Hay que adecentar los
locales y retirar lo que sea de cada uno.
Esto, que a casi nadie le
interesará y que puede parecer un hecho intrascendente, encierra, no obstante,
un cuaderno entero de recuerdos y de ideas. Y, mucho más, de actos y de
personas que por allí pasaron durante cuarenta años: eran los locales de otra
Casa del Pueblo, sucesora de la que había existido en el llamado cine Castilla.
La mañana y el peso de las cajas
me hacían sudar, pero, sobre todo, a mi mente llegaban imágenes que llenaban
horas de otros días y de otros años. Por allí habían pasado viejos socialistas
de corazón y de convicción, y viejos socialistas más de nombre que de otra
cosa. Muchos ya no siguen en el tiempo y de ellos solo queda el recuerdo.
Ángel, Miguel, Pedro, Ramón, Lino, Cipri… muchísimos. Eran un poco una punta de
lanza de la conciencia social en esta ciudad estrecha. Con errores notables y
con aciertos e intenciones dignas de aplauso. En esta ciudad, ser socialista
era -y yo creo que sigue siendo- alinearse en el bando de los más débiles,
prestarse a decir que se vive en sociedad y que esta puede cambiar a mejor en
muchos aspectos, afanarse en intentar ganar elecciones con este fin, ayudar en
casi todo sin apenas pedir nada, y al menos señalarse públicamente en el
sentido de no apuntarse a los que callan y hasta aplauden a los más
favorecidos, como si esperaran alguna migaja de sus situaciones. No todos con
las mismas disposiciones ni con la misma
altura de miras, por supuesto, que de todo hay, por desgracia; pero sí en su
mayoría.
Recordé también mi paso por allí
y algunas de mis intervenciones, siempre desde las ideas y un poco lejos de la
práctica del día a día, y con la intención de animar a la gente; y siempre sin
ninguna intención personal. Me empujaron una vez a una concejalía y terminé muy
desanimado y cansado. Pero siempre sentí que se me escuchaba, aunque no se me
hiciera caso en la práctica precisamente.
No importa ningún caso
particular, lo que interesa es la imagen coral, la de tanta buena gente que, a
lo largo de los años, se expresó, compartió y vio cómo la vida iba haciendo de
las suyas.
Ojalá el ayuntamiento acoja
también en esos locales el deseo de servir para que la gente se anime en la
participación, se instruya y vuelque en la comunidad sus ilusiones y los deseos
de bienestar común. Si así fuera, seguiría siendo a su manera otra Casa del
Pueblo y no perdería su olorcillo social y progresista. Ojalá.
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