A una mañana placentera por la
Dehesa de Candelario, bajo un sol sin mácula, al arrullo del río incipiente,
bajo la sombra abundosa de un hermoso roble y con la compañía de la charla y la
buena mesa, le sucede una tarde calurosa y de lectura en casa. “Retrato del
artista adolescente”, tal vez la obra más sencilla del irlandés James Joyce.
No anotaré nada de sus elementos
literarios. Me sirve de pretexto para considerar un asunto de tradición
histórica y de influencia nefasta en mil generaciones. Se trata de los llamados
“Ejercicios espirituales”. Ya sé que en estos días apenas se estilan, pero
échese la vista unos decenios atrás y obsérvese lo que aparece. Y, de ahí para
atrás, toda la Historia igual. O peor. Y no hay que ser muy aventajado para observar
que las consecuencias perviven.
El libro recoge las experiencias
de un joven Stephen, que va descubriendo su realidad y atisbando su futuro.
Copio unas líneas del libro. El ambiente es, como decía, el de los ejercicios
espirituales, aquellos que se extendían por doquier y que dejaban en un pasmo a
todo hijo de vecino para un año entero por lo menos. Se habla, por supuesto,
del infierno: “Todos los sentidos de la carne sufren tortura y todas las
facultades del alma al mismo tiempo. Los ojos, la impenetrable y absoluta
oscuridad; la nariz, los pestilentes olores; el oído, los alaridos, bramidos e
imprecaciones; el gusto, las materias corrompidas, el estiércol sofocante e
indescriptible; el tacto, las punzadas de la candentes aguijadas y púas y los
crueles lamidos de las lenguas de fuego. Y, a través de los múltiples tormentos
de los sentidos, el alma inmortal se ve torturada eternamente en su íntima
esencia entre leguas y leguas de llamas ardientes inflamadas en los abismos por
la majestad ofendida del omnipotente Dios y alimentadas con una furia
perdurable y cada vez más intensa por el soplo de la cólera de la divinidad”.
Uhhhh, qué miedo. Concédasele la
libertad del contexto literario, apláquese el ánimo y tómese todo con un poco
de calma, tómese una calmante de relajación… Qué más da. Todo resulta
portentosamente ridículo. Lo peor de todo es que la realidad podía superar con
frecuencia lo que aquí se adivina. Y así una hora, y otra, y otra…, hasta una
semana en muchos casos. ¿Se puede uno asomar siquiera a imaginar alguna sesión
de estas entre niños, jóvenes y gentes rurales de todo tipo? Qué barbaridad, qué
horror, qué despropósito, cuánto mal causado a personas sencillas. Y menos
sencillas. Y así toda la Historia, entre miedos, fuegos, eternidades, condenas,
sustos, temores, pánicos, sobresaltos y desasosiegos…, fastidiando las
capacidades humanas y la vitalidad de cada persona para enterrarlas en la
tontería y en la irracionalidad.
¿Por qué se crean estas religiones
del miedo y del temor? ¿Cui prodest? Desde luego, al poder establecido le viene
que ni pintado, a la calma chicha y a la falta de acción personal, también. Como,
además, los intérpretes de los textos son solo los que son y tienen el
monopolio de los significados, pues, miel sobre hojuelas. Y así toda la
Historia. Toda.
A medida que pasa el tiempo,
hasta algunos de esos intérpretes eclesiales parecen querer limar en público
estas aristas tan absolutamente inhumanas. Pero no saben cómo hacerlo: tal es
el disparate, que la mente no sabe cómo hincarle el diente. Y ahora, modelar un
dios de amor, y solo de amor, les resulta muy difícil. Yo no sé qué conceptos
les roerán las conciencias. No lo deben de pasar precisamente muy bien. Por
cierto, no sé si estos calores veraniegos no serán imagen de los del infierno.
Lo parecen.
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