Dice Antonio Gramsci, en sus
Notas preliminares a la Filosofía de la praxis, lo
siguiente: “Hay que empezar demostrando que todos los hombres son filósofos,
definiendo los límites y las características de esta filosofía espontánea,
propia de todo el mundo, es decir, de la filosofía contenida: a) en el lenguaje
mismo, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados y no solo de
palabras gramaticalmente vacías de contenido; b) en el sentido común y en el
buen sentido; c) en la religión popular y, por consiguiente, en todo el sistema
de creencias, de supersticiones, de opiniones, de modos de ver y de actuar que
se incluyen en lo que se llama en general folklore”
Se trata de su empeño intelectual
en implicar a todo tipo de personas y de niveles intelectuales en la
transformación social y política de las comunidades, de tal manera que
adquieran realidad tanto las creaciones teóricas de los más dotados, de los
filósofos, como de la gente sencilla, que es la que, día a día, tiene que
lidiar con pasar de las musas al teatro.
Parece clara la nobleza del
empeño, lo mismo que resulta evidente que, de este modo, la revolución se
apuntaría un tanto casi definitivo. No estoy seguro de que la práctica sea tan
sencilla. La exposición de esta tesis, que ya tiene casi un siglo, y que
defiende en su desarrollo la importancia de contar con la elaboración, tanto
teórica como práctica, del pasado, me recuerda alguno de los postulados
recientes de alguna formación política nueva, en lo que se refiere a no señalar
tanto la separación entre izquierda y derecha como en establecer relaciones más
transversales y generales en las que implicar a todos.
Seguramente nada es posible sin
un movimiento de flujo y reflujo entre las capas más intelectuales y las menos
cultivadas en los principios teóricos. La dificultad estriba en los porcentajes
y en las prioridades, en los cambios de costumbres y de usos que se tienen que
producir, en las inercias populares y en los trazos racionales de los
elaboradores de ideas, en los ritmos de unos y de otros.
Porque parece muy positivo no
anular totalmente ningún elemento del que extraer aportaciones de orientación
práctica y social. Así las costumbres, tan arraigadas en el quehacer popular;
las tradiciones, tan rancias muchas veces pero tan en la inercia de las
comunidades; los usos irreflexivos… Sin embargo, olvidarse de que el camino
tiene unas etapas y de que estas tal vez deban ser ordenadas de alguna manera
no caprichosa sería mucho más peligroso. Sigo defendiendo el esquema en este
orden: observación de la realidad, descripción de la misma, organización
mental, aparición de una ideología determinada, concreción en programa
político, actuación teórica y práctica diaria y al detalle.
No todo el mundo tiene el mismo
tiempo, la misma disposición ni la misma capacidad para desarrollar estos pasos
y en este orden, pero perder su esquema nos puede hacer torcer el rumbo y
perdernos en un laberinto del que no es fácil que nos saque nada.
Seguramente Gramsci pensaba en esos tres elementos porque, en los
años 20 y 30 del siglo pasado, eran los que ejercían mayor influencia social.
Hoy, un siglo después, tal vez alguno se nos caería un poco de la lista, o al
menos ocuparía un lugar menos destacado. No podríamos olvidarnos de los medios
de comunicación de masas, con la televisión y las redes sociales a la cabeza.
Siempre sin olvidar su cifrado en el código lingüístico y las imperfecciones
que conlleva.
¿Cómo poner todos estos elementos
al servicio del ser humano para que se convierta en un pequeño filósofo y tome
el timón de sus ideas y de su propia vida, es decir, para que pasemos de la
teoría a una práctica diaria basada en la razón, en el correcto uso de los
medios que poseemos para fijar las ideas y para crear una comunidad un poco más
humana y feliz?
Son muchos los campos y escasa la
fuerza de la razón teórica para llegar a ellos. Empezar por la aplicación de
aquel viejo principio de “conócete a ti mismo”, como motor de cambio personal y
social no es mala cosa. Afirmar la separación entre la filosofía y la religión,
por utilizar métodos distintos, tampoco nos iría mal. Atenernos al sentido
común, no por general sino por racional y lógico, significaría un salto
adelante fundamental. Hacer de la práctica política una traslación de una
ideología, es decir, de un conjunto trabado de principios ennoblecería a todos.
Practicar la duda y la curiosidad racional y no dejarse llevar por la inercia
de las corrientes y costumbres también nos ayudaría a todos y a cada uno en
particular (a las mayorías hay que respetarlas, pero también se equivocan).
La cuenca de los ríos está
compuesta por el caudal principal, pero no se entiende sin la aportación de
todos los afluentes. El caudal luce mejor cuando todas las aguas se juntan.
Aunque estas vayan a dar al mar, que es el morir.
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