Alguna vez habré apuntado algo
acerca de lecturas que dejaron su huella en otro tiempo y que, con el poso de
los años, vuelven a mí para desnudarse con otra carne y con otros olores.
Leí hace demasiados años el Curso
de lingüística general, de Saussure, un texto que ponía las bases para
una teoría lingüística, el Estructuralismo, con amplio reconocimiento entonces,
no solo en el campo de la lengua sino también en otros aspectos del saber. Después
he vuelto a él ocasionalmente. Ahora lo he vuelto a hacer con calma y con otra
perspectiva.
Los libros los hacen también los
lectores, sobre todo los lectores y sus lecturas. Y hoy creo que llego con más
profundidad al conocimiento que en él se encierra, pero también con la
conciencia de que, si bien el mundo lingüístico puede aspirar a su autonomía,
no es menos cierto que las influencias externas lo conforman en buena medida.
En absoluto quiero quitar mérito
al maestro ginebrino, pero me quedo con todo lo que un siglo entero ha añadido
como elementos externos que ayudan a un mejor conocimiento de la realidad lingüística
de ahora mismo.
Algunos conceptos saussureanos me
siguen pareciendo, no obstante, básicos: lengua / habla; lingüística externa /
lingüística interna; carácter lineal y arbitrario del signo; importancia de la
fonología; la historia de la mutabilidad lingüística; sincronía y diacronía,
con todas sus implicaciones; relaciones horizontales y verticales (sintagmáticas
y paradigmáticas); importancia de la analogía; relación y contactos entre
lenguas… Son todos elementos que parecen lejos del día a día de la expresión
del habla, pero que explican las realidades desde los principios que las
inspiran.
Su relación de ejemplos desde las
lenguas del norte de Europa y de lenguas orientales no facilita la lectura para
lectores mediterráneos y de formación románica, pero este no es defecto del
autor sino carencia del lector.
A este mundo mágico de la expresión
lingüística, de los sistemas (siempre buscando el equilibrio y siempre en el
filo del precipicio de la evolución) hay que sumar, me parece, mucho de
sociolingüística, de psicolingüística y de muchos más elementos “externos” al
sistema, pero que lo condicionan y hasta lo conforman. Un siglo no pasa en
balde y las circunstancias de conocimiento y de intercambio de lenguas (medios,
carreteras, viajes…) dibujan un panorama tan distinto que no sé si hasta los
principios tienen que adaptarse, al menos en su aplicación.
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