miércoles, 29 de junio de 2016

RELEYENDO A SUASSURE


Alguna vez habré apuntado algo acerca de lecturas que dejaron su huella en otro tiempo y que, con el poso de los años, vuelven a mí para desnudarse con otra carne y con otros olores.
Leí hace demasiados años el Curso de lingüística general, de Saussure, un texto que ponía las bases para una teoría lingüística, el Estructuralismo, con amplio reconocimiento entonces, no solo en el campo de la lengua sino también en otros aspectos del saber. Después he vuelto a él ocasionalmente. Ahora lo he vuelto a hacer con calma y con otra perspectiva.
Los libros los hacen también los lectores, sobre todo los lectores y sus lecturas. Y hoy creo que llego con más profundidad al conocimiento que en él se encierra, pero también con la conciencia de que, si bien el mundo lingüístico puede aspirar a su autonomía, no es menos cierto que las influencias externas lo conforman en buena medida.
En absoluto quiero quitar mérito al maestro ginebrino, pero me quedo con todo lo que un siglo entero ha añadido como elementos externos que ayudan a un mejor conocimiento de la realidad lingüística de ahora mismo.
Algunos conceptos saussureanos me siguen pareciendo, no obstante, básicos: lengua / habla; lingüística externa / lingüística interna; carácter lineal y arbitrario del signo; importancia de la fonología; la historia de la mutabilidad lingüística; sincronía y diacronía, con todas sus implicaciones; relaciones horizontales y verticales (sintagmáticas y paradigmáticas); importancia de la analogía; relación y contactos entre lenguas… Son todos elementos que parecen lejos del día a día de la expresión del habla, pero que explican las realidades desde los principios que las inspiran.
Su relación de ejemplos desde las lenguas del norte de Europa y de lenguas orientales no facilita la lectura para lectores mediterráneos y de formación románica, pero este no es defecto del autor sino carencia del lector.

A este mundo mágico de la expresión lingüística, de los sistemas (siempre buscando el equilibrio y siempre en el filo del precipicio de la evolución) hay que sumar, me parece, mucho de sociolingüística, de psicolingüística y de muchos más elementos “externos” al sistema, pero que lo condicionan y hasta lo conforman. Un siglo no pasa en balde y las circunstancias de conocimiento y de intercambio de lenguas (medios, carreteras, viajes…) dibujan un panorama tan distinto que no sé si hasta los principios tienen que adaptarse, al menos en su aplicación.

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