¿Pensamos o consumimos
pensamientos? ¿O tal vez las dos cosas? ¿O acaso ninguna? Si el ser humano se
distingue precisamente por su capacidad para el pensamiento, habrá que deducir
que produce pensamientos. ¿Cuántos y cómo? Otra vez la verdad se me escapa de
las manos. Porque parece que demasiadas veces delegamos en los demás para que
nos den las cosas hechas, para dejarnos llevar hacia la parte que quiera la
corriente, esa corriente que no para y que se encarga de colmar y acelerar el
ritmo de la vida.
Por ahí anda la publicidad
haciendo de las suyas, envolviéndonos en un tráfago continuo de imágenes y de
noticias, de aquellas noticias e imágenes que más interesan a su escala de
mercado y a su cuenta de resultados, sumergiéndonos en un continuo flash que
alucina y ciega por tanta intensidad, haciéndonos correr hacia ninguna parte
pero obligándonos a creer que a la vuelta de la esquina se encuentra el mismo
cielo. A su velocidad todo se descabala y anda como en el aire, nada solidifica
ni se asienta para que lo miremos con algo de lentitud y raciocinio.
En la misma carrera corren las
fuerzas que dicen representar formas sociales que mejoran la vida. Pero tampoco
callan ni se aquietan para intercambiar entre sí las partes de verdad que a
cada una le correspondan, y forman un inmenso griterío que tanto se acomoda a
los canales que les sirven de medio y altavoz para llegar a todos. ¿Por qué no
hay un poquito de sosiego? ¿Por qué solo interesa el golpe bajo al otro? ¿Por
qué no se pregona que todo es imperfecto y nada se mejora sin buena voluntad? ¿Por
qué hay fuerzas que entienden que el mundo es una lucha en la que ganan unos y
aplastan la cabeza de los otros? ¿Dejamos a sus anchas la simpleza de la ley
del más fuerte?
Con ellos se disfrazan las
fuerzas más oscuras de lesa religión, de aquellas estructuras que solo se
sustentan en lo oscuro del castigo y del pecado, que anulan las potencias y las
ansias que anidan en el hombre y la mujer, que miden sus conquistas por los
sustos y por las predicciones del oscuro futuro.
Y haciendo la labor de
meritorios, todos los que marchamos con la cuenta de que solo interesa lo que
produce bien y beneficio a cada uno, con las fuerzas a punto solo para soltar
los nervios hacia aquello que sin pensar nos llama desde la misma fuerza del instinto.
Qué turbamulta inmensa y dislocada, qué mundo polvoriento y agitado, qué
ventarrón sin nada que lo aquiete, qué tormenta perfecta.
Así todos en medio de tanta
algarabía, así la multitud consumiendo lo que le dan mascado, así tanta desidia
y tanta abulia, tanta costumbre ajada y tanto hueco vacío y en la nada. Tal vez
esa desgana, esa apatía, nos libre del dolor del que se enfrenta con la verdad
desnuda, con el rayo de luz frente por frente o con la oscuridad sin nadie que
le ayude. Tal vez. Pero el dolor, ese dolor que enseña el pensamiento es lo que
nos separa de los brutos, lo que nos ennoblece como seres, lo que nos da
intensidad y algún sentido a esto que alegremente llamamos vida y que nos va
llevando hacia el tiempo seguro de la muerte
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