lunes, 6 de junio de 2016

¿PENSAMOS O CONSUMIMOS PENSAMIENTOS?


¿Pensamos o consumimos pensamientos? ¿O tal vez las dos cosas? ¿O acaso ninguna? Si el ser humano se distingue precisamente por su capacidad para el pensamiento, habrá que deducir que produce pensamientos. ¿Cuántos y cómo? Otra vez la verdad se me escapa de las manos. Porque parece que demasiadas veces delegamos en los demás para que nos den las cosas hechas, para dejarnos llevar hacia la parte que quiera la corriente, esa corriente que no para y que se encarga de colmar y acelerar el ritmo de la vida.
Por ahí anda la publicidad haciendo de las suyas, envolviéndonos en un tráfago continuo de imágenes y de noticias, de aquellas noticias e imágenes que más interesan a su escala de mercado y a su cuenta de resultados, sumergiéndonos en un continuo flash que alucina y ciega por tanta intensidad, haciéndonos correr hacia ninguna parte pero obligándonos a creer que a la vuelta de la esquina se encuentra el mismo cielo. A su velocidad todo se descabala y anda como en el aire, nada solidifica ni se asienta para que lo miremos con algo de lentitud y raciocinio.
En la misma carrera corren las fuerzas que dicen representar formas sociales que mejoran la vida. Pero tampoco callan ni se aquietan para intercambiar entre sí las partes de verdad que a cada una le correspondan, y forman un inmenso griterío que tanto se acomoda a los canales que les sirven de medio y altavoz para llegar a todos. ¿Por qué no hay un poquito de sosiego? ¿Por qué solo interesa el golpe bajo al otro? ¿Por qué no se pregona que todo es imperfecto y nada se mejora sin buena voluntad? ¿Por qué hay fuerzas que entienden que el mundo es una lucha en la que ganan unos y aplastan la cabeza de los otros? ¿Dejamos a sus anchas la simpleza de la ley del más fuerte?
Con ellos se disfrazan las fuerzas más oscuras de lesa religión, de aquellas estructuras que solo se sustentan en lo oscuro del castigo y del pecado, que anulan las potencias y las ansias que anidan en el hombre y la mujer, que miden sus conquistas por los sustos y por las predicciones del oscuro futuro.
Y haciendo la labor de meritorios, todos los que marchamos con la cuenta de que solo interesa lo que produce bien y beneficio a cada uno, con las fuerzas a punto solo para soltar los nervios hacia aquello que sin pensar nos llama desde la misma fuerza del instinto. Qué turbamulta inmensa y dislocada, qué mundo polvoriento y agitado, qué ventarrón sin nada que lo aquiete, qué tormenta perfecta.

Así todos en medio de tanta algarabía, así la multitud consumiendo lo que le dan mascado, así tanta desidia y tanta abulia, tanta costumbre ajada y tanto hueco vacío y en la nada. Tal vez esa desgana, esa apatía, nos libre del dolor del que se enfrenta con la verdad desnuda, con el rayo de luz frente por frente o con la oscuridad sin nadie que le ayude. Tal vez. Pero el dolor, ese dolor que enseña el pensamiento es lo que nos separa de los brutos, lo que nos ennoblece como seres, lo que nos da intensidad y algún sentido a esto que alegremente llamamos vida y que nos va llevando hacia el tiempo seguro de la muerte

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