lunes, 13 de junio de 2016

CUANDO EL RITO ES DE TODOS



Los antropólogos, hermanos de leche de historiadores, sociólogos y psicólogos, se afanan por poner de manifiesto las formas de vida de nuestros antepasados. En sus conclusiones, terminan por confirmar que no hay casi nada nuevo bajo el sol y que hay muchas costumbres que perduran porque son la manifestación de esa otra parte más oscura del ser humano que no controla y que le produce una mezcla de temor y de devoción.
A veces las experiencias se mezclan y uno entonces puede comprobarlo con más evidencia. Leo una obra de Lucien Lévy-Bruhl, “El alma primitiva”. Trata precisamente de algunas de estas venas que llevan al corazón y que se expresan en lugares muy distantes, como muestra de que afectan al ser humano como tal en sus usos y costumbres, con independencia de dónde viva.
Ayer mismo asistí a una muestra de esa esencia cerca de mí. Falleció una persona nacida en mi pueblo de nacimiento. Como vivía en Béjar, las honras fúnebres se celebraron aquí. Valero, el pueblo en el que nací, dista de Béjar unos 35 kilómetros, pero se tarda bastante en llegar, pues la carretera en estrecha y tortuosa. Es, además, un pueblo envejecido, tal vez más que otros. Estos son días de recolección de polen y miel, y los habitantes del pueblo se afanan en recolectar la miel y el polen de sus colmenas, muchas trasladadas y asentadas a centenares de kilómetros de distancia.
A pesar de todos los inconvenientes, casi todo el pueblo se hallaba presente en la ceremonia. Así lo hacen cada vez que se produce un fallecimiento. No importa demasiado que el finado fuera amigo, simplemente vecino o que incluso apenas se dirigiera con alguien  la palabra; incluso es posible que, al día siguiente, todo vuelva a la distancia y a la separación de caminos y de intereses. La muerte de un vecino es un poco la muerte de todos ellos. Sucede sobre todo en las comunidades pequeñas, aquellas en las que la vida se estrecha y roza continuamente por las casas y las calles. En cuanto la comunidad de agranda, la costumbre pierde fuerza y se destensa hasta quedarse entre personas más allegadas. Al fin y al cabo, el pueblo es un eslabón más próximo a la tribu que una ciudad más grande.
En ningún caso significa eso que la presencia sea más sincera ni más sentida, ni tampoco lo contrario. La realidad es que en estos casos de comunidades más pequeñas, se actúa más por representación obligada que por otros valores, sin que ello signifique que no estén presentes también estos últimos.
Sea donde sea el sepelio, parece como si toda la comunidad se desplazara para formar parte de la ceremonia, como si todos fueran oficiantes de un rito que les afecta de forma directa.

Me gustan más las ceremonias en los pueblos. Allí todo se encarna en el paisaje, en el espacio y en el tiempo, que no solo el fallecido sino todos los demás componentes de la comunidad comparten y en los que son sacerdotes. El paisaje todo se viste de luto y se duele mientras el horizonte se pierde por el cielo para. desde él, volver a renacer la vida de diario. 

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