Los antropólogos, hermanos de
leche de historiadores, sociólogos y psicólogos, se afanan por poner de
manifiesto las formas de vida de nuestros antepasados. En sus conclusiones,
terminan por confirmar que no hay casi nada nuevo bajo el sol y que hay muchas
costumbres que perduran porque son la manifestación de esa otra parte más
oscura del ser humano que no controla y que le produce una mezcla de temor y de
devoción.
A veces las experiencias se
mezclan y uno entonces puede comprobarlo con más evidencia. Leo una obra de
Lucien Lévy-Bruhl, “El alma primitiva”. Trata precisamente de algunas de estas
venas que llevan al corazón y que se expresan en lugares muy distantes, como
muestra de que afectan al ser humano como tal en sus usos y costumbres, con
independencia de dónde viva.
Ayer mismo asistí a una muestra
de esa esencia cerca de mí. Falleció una persona nacida en mi pueblo de
nacimiento. Como vivía en Béjar, las honras fúnebres se celebraron aquí.
Valero, el pueblo en el que nací, dista de Béjar unos 35 kilómetros, pero se
tarda bastante en llegar, pues la carretera en estrecha y tortuosa. Es, además,
un pueblo envejecido, tal vez más que otros. Estos son días de recolección de
polen y miel, y los habitantes del pueblo se afanan en recolectar la miel y el
polen de sus colmenas, muchas trasladadas y asentadas a centenares de
kilómetros de distancia.
A pesar de todos los
inconvenientes, casi todo el pueblo se hallaba presente en la ceremonia. Así lo
hacen cada vez que se produce un fallecimiento. No importa demasiado que el
finado fuera amigo, simplemente vecino o que incluso apenas se dirigiera con
alguien la palabra; incluso es posible
que, al día siguiente, todo vuelva a la distancia y a la separación de caminos
y de intereses. La muerte de un vecino es un poco la muerte de todos ellos. Sucede
sobre todo en las comunidades pequeñas, aquellas en las que la vida se estrecha
y roza continuamente por las casas y las calles. En cuanto la comunidad de
agranda, la costumbre pierde fuerza y se destensa hasta quedarse entre personas
más allegadas. Al fin y al cabo, el pueblo es un eslabón más próximo a la tribu
que una ciudad más grande.
En ningún caso significa eso que
la presencia sea más sincera ni más sentida, ni tampoco lo contrario. La
realidad es que en estos casos de comunidades más pequeñas, se actúa más por
representación obligada que por otros valores, sin que ello signifique que no
estén presentes también estos últimos.
Sea donde sea el sepelio, parece
como si toda la comunidad se desplazara para formar parte de la ceremonia, como
si todos fueran oficiantes de un rito que les afecta de forma directa.
Me gustan más las ceremonias en
los pueblos. Allí todo se encarna en el paisaje, en el espacio y en el tiempo,
que no solo el fallecido sino todos los demás componentes de la comunidad
comparten y en los que son sacerdotes. El paisaje todo se viste de luto y se
duele mientras el horizonte se pierde por el cielo para. desde él, volver a
renacer la vida de diario.
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