sábado, 4 de junio de 2016

CONVOCO A LA PALABRA



CONVOCO A LA PALABRA

El mundo solamente se hace cierto
cuando somos capaces de nombrarlo.
Lo demás es vacío, sombra, miedo,
una ceguera intensa en medio de la nada.

Por eso a mí me asusta la palabra,
ese débil y tierno mensajero
que carga con la peso y con la gloria
de anunciarme la luz.
La convoco con miedo y con cuidado,
la mido y con frecuencia tengo dudas
de su intención exacta. Poco a poco
me ofrece su confianza y yo me acerco
para darle mi mano y abrazarla,
para jugar a medias
a un juego cada vez más más jubiloso.

Y cuando digo amor, amigo o fiesta,
comienza de verdad un día festivo.
Y si quiero vestirme con tu tacto,
digo tu nombre y pido que tus manos
me vistan otra piel.
Y tú vienes a mí
y con la lentitud del gozo y del contento
me renuevas del todo y me haces otro.
(Lo noto en el temblor
y en que todo me mira con asombro).

Supongo que por eso
(y por muchas más cosas que me callo)
tengo como vecina a la palabra.
En su potencia quiero redimirme,
fecundarme en su voz y percibirme
más cerca de las cosas

y que las cosas puedan habitarme.

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