HISTORIAS CON HISTORIA
¿Cuánto tiempo gastamos mirando
hacia fuera? O tal vez simplemente viendo y asustándonos. Porque es demasiado
el material que nos inunda desde las afueras y desde las lindes de nosotros
mismos.
Un día cualquiera nos vamos a la
calle y abrimos la vista. Ahí, al lado, las calles, las personas y los parques.
Más lejos, las sierras y las nubes, las nieves y los vientos. Más lejos
todavía, los mapas y las tierras de otros mundos, los mares y los astros…, el
infinito en forma de infinito.
Pues quedémonos en casa. No sirve
de mucho. Desde las ventanas electrónicas nos anegan con informaciones de por
ahí fuera: los teléfonos, las teles, los periódicos…
¿Qué hacer, pues? Seleccionar,
procesar, almacenar, y, sobre todo, llenar los contenedores con toda la basura,
para quedarnos solo con lo que es importante y pertinente, con aquello que nos
alude y que nos concierne como seres individuales que quieren hacerse a si
mismos.
Hay un silo que no siempre está
lleno de trigo; precisamente aquel en el que tenemos que amasar nuestro pan, el
que colma nuestra hambre y sacia nuestras curiosidades. No siempre está lleno;
en él caben muchas cosas y admite muchas historias: precisamente todas aquellas
que, aun formando parte de la Historia, no devoran mi historia, mi pequeña historia,
esa que voy cosiendo cada día.
Porque quiero ser parte de la
Historia, pero no lo seré en forma positiva si no tejo mi historia con hilos
finos que lleven mi sello personal.
Descubriendo y analizando los
misterios del universo tal vez nos hemos olvidado de indagar en nuestros
propios misterios personales, en nosotros mismos. Nunca sé si es una postura
cobarde o valerosa, porque no puedo olvidarme de que soy mis circunstancias y
son ellas las que me conforman y me definen. Pero tengo que alzarme en mí mismo
y trazar una sencilla historia personal de la que me sienta dueño y señor,
vencedor y vencido, protagonista y secundario, descubridor de todos los
detalles, como si fuera una floración incontrolada de las de primavera
partiendo desde la soledad, como un temblor intenso que mueva toda cosa, como
organismo insomne que no descansa nunca en busca de la esencia de mí mismo.
Qué mundo de ida y vuelta, de
atar y de soltar, de respirar libremente y de contener la respiración, de
aproximación y de retirada, de ser y de estar…, de hacerse cada día y cada
hora, de completar historias aunque no figuren en ninguna página de la
Historia.
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