Por fin, el Gobierno de Castilla
y León, esta reserva de todas las reservas en la que he nacido, en la que vivo
y en la que seguramente moriré y permaneceré para siempre, ha decretado la
prohibición de dar muerte a lanzadas al llamado Toro de la Vega (Tordesillas,
Valladolid).
Dos precisiones previas: a) Ese
“por fin” del principio no significa necesariamente que yo tome partido -en
este caso favorable- ante la norma, sino que, después de no sé cuántas
intentonas y protestas, se dicta norma legal a la que atenerse; b) La resolución
apenas disimula porque únicamente se prohíbe la muerte a lanzadas, no el paseo
del animal ni el “juego” de los jinetes con él durante no se sabe cuánto
tiempo. Así que se prohíbe lo que se prohíbe, pero no lo demás.
Ahora sí, ahí va mi opinión
resumida. No difiere de lo que haya dicho en alguna otra ocasión:
Estos asuntos de prohibiciones de
costumbres centenarias conviene tratarlos con mucho tacto pues intervienen
muchas variables y no todas se cuantifican con facilidad. Si la razón nunca es
absoluta, en este caso hay que manifestarla con cuidado.
Las costumbres, a pesar de todo,
tampoco pueden permanecer inamovibles por siempre, y esta da toda la impresión
de que, por su violencia y primitivismo, merece que, al menos, le den un
lavado de cara y la pongan un poquito al corriente del siglo veintiuno.
La desaparición de una costumbre
tampoco implica una pérdida irreparable: el mundo cambia, las comunidades
evolucionan y sus manifestaciones nacen, crecen, se desarrollan y mueren.
Estoy casi seguro de que, al cabo
de no muchos años, si la prohibición se mantiene, todo se hará costumbre y la
gente se sentirá igual de bien sin la necesidad de esa exhibición de
primitivismo.
La mejor medicina para todos
estos asuntos ancestrales suele ser la serenidad, la explicación y la eliminación
de imaginaciones y símbolos que no se sostienen si no es en las mentes menos
razonadas y cultivadas. De nuevo la educación y el intercambio de razones viene
a ser la inversión más productiva en cualquier comunidad. En ello los que más
tienen que dar la cara son los más sensatos y los más capacitados para la razón
y menos para el halago populachero.
Esta no es la única manifestación
de este tipo en la piel de toro; las hay por todas partes y de todos los
colores. Sucede simplemente que algunas ajustan mejor que otras en la escala de
valores que mantenemos o que nos obligan a mantener. Analícese todo, por favor,
y sin prejuicios. Luego actúese en consecuencia, sin exageraciones pero con el
rumbo claro. Y en todo tipo de manifestaciones, también, por ejemplo, en las
religiosas.
Hace escasos días asistía a una
conferencia en la que se daba cuenta de algunos elementos que conforman nuestro
calendario (días de la semana, meses del año…). Se explicaba su origen y se enseñaba
el significado de su nomenclatura a gente que seguramente la había usado hasta
entonces sin conocimiento exacto de ella. En la última parte se inició la
explicación de alguna fiesta cristiana como adaptación de festividades paganas.
En concreto de la Navidad. Hubiera sido muy provechoso haber extendido la
explicación a otras festividades y costumbres que se desgranan en el calendario
a lo largo del año. Habría sido una reflexión estupenda para dar a conocer
muchas cosas. Entre esas fiestas está también el Toro de la Vega. Y está la
Virgen del Rocío. Y está la romería de la Peña de la Cruz de Béjar. Y están
todas las demás.
Hay gente reacia a estos intercambios
de informaciones. Curiosamente casi toda de la misma tendencia y preparación. Como
no podía ser de otra manera.
Qué bueno si nos quitáramos la
careta y tiráramos los prejuicios a la basura; qué bueno si nos volviéramos más
humanos y, desde nosotros mismos y desde nuestras mentes, tratáramos de mejorar
nuestras ideas y nuestras costumbres. Las superestructuras son muy pesadas y
nos asusta casi hasta mirarlas pues nos imponen una losa muy grande. Pero habrá
que horadarlas para que nos dejen ser un poco nosotros mismos.
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