2016-05-16
“PAISAJE”
Me alegra, y mucho, que otros
creadores miren los mismos lugares que yo miro y que sientan algo parecido a lo
que yo siento. Cada uno acota los elementos que bien le parecen y los
distribuye según cree conveniente: es el mundo de la creación.
Ayer, Julio Llamazares dejó esta
columna en el periódico El País. Parece que estuvo hollando estos caminos y
estos paisajes. Le cedo la palabra y me quedo con sus imágenes y con sus
impresiones. Me reconforta la proximidad y la convicción de otras personas de
que este paisaje es todo lujuria. Y, en estos días por fin luminosos de mayo,
mucho más.
Paisaje
Mientras en las afueras de Madrid arden montañas de
neumáticos y los políticos españoles siguen hablando de la mañana a la noche,
diciendo y contradiciéndose, queriéndose y enemistándose, insultándose y
pidiéndose perdón, mientras las radios vomitan goles y resultados de fútbol que
a la vuelta de unos días serán eco como todo en esta vida, en el campo de
Béjar, al sur de la provincia de Salamanca, la naturaleza sigue su curso
ancestral. Las vacas pastan en las dehesas, los riachuelos murmuran su canción
de siempre y por la vía romana de la Plata, que desde hace veinte siglos une
las dos mitades de la península por su parte más occidental y pura, algunos
peregrinos pasan en dirección a Santiago de Compostela, cuyo camino principal
alcanzarán en Astorga, lejos de estas blancas sierras.
A mitad de mayo aún en las cumbres de la cordillera
central se ven neveros y nubes densas y las intensas lluvias de estas semanas
han dejado el paisaje transparente, como una sábana verde recién lavada y
tendida al sol. Que aparece y desaparece entre las montañas y entre las nubes
como una rueda mientras debajo de él las vacas pastan como hace cientos de
siglos, cuando por estos caminos bajaban y subían ejércitos vencedores o en
derrota cuyos miliarios históricos, fortines, arquitecturas resisten entre la
hierba y junto a los riachuelos amparados en su lejanía y olvido, dos
circunstancias que envuelven todavía hoy a este Far West español, cuya
grandiosidad y belleza le asemejan al norteamericano. Si el paisaje es una
mirada del mundo, un reflejo de este en nuestro corazón, estas dehesas de Béjar
en las que pastan miles de vacas y de cigüeñas entre narcisos y tamarices y
encinas recién brotadas, como los fresnos junto a los arroyos, en medio de un
silencio primitivo mientras por el aire cruzan aviones y aves rapaces aún más
esbeltas y rápidas que en la noche se convierten en dibujos o destellos
luminosos en el cielo, son la prueba de que la tierra sigue girando como hizo
siempre, de que la vida sigue fluyendo como ese río de nombre que es poesía,
casi un haiku japonés: Cuerpo de Hombre, y que el griterío del mundo, las voces
de los políticos y de las televisiones, el humo de los neumáticos quemándose
noche y día, la religión del fútbol y la de la ambición humana, no son más que
imperfecciones de una naturaleza que sobrevive a pesar de todo. Y que cada
primavera vuelve para consolarnos de tantas y tantas tragedias.
“Pare, escuche, mire” aconsejan los letreros de los
pasos a nivel sin barreras de los ferrocarriles de vía estrecha portugueses.
“Cuando en el sendero de mi casa crezca la hierba seré feliz”, dice Kenzaburo
Oé.
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