Metidos en las prisas y en las
cosas, apenas nos paramos a mirar simplemente nuestra cara, a dejarnos mirar
por el espejo, en esa estrecha imagen reflejada. Un poco más adentro, el mundo
sideral de las ideas, el que nos compromete y el que nos da empujones cada día.
Así, en ese barullo, me pregunto: ¿A
quién hago yo falta ahora mismo?
El espejo me mira sorprendido y
me cambia la cara totalmente. Que no todo es vivir sin algún freno, sin saber
hacia dónde ni por cuánto. Es pregunta indiscreta, ciertamente.
Me doy vueltas y vueltas y decido
pensar conmigo mismo; quiero decir que decido enmimismarme por unos momentos.
Me espera un panorama muy extenso.
Me aguardo yo mismo para seguir
viviendo, para darle más vueltas a la vida, para seguir habitando el mundo de
la curiosidad, para continuar en la sorpresa de cada día, estando para todo lo
que existe, sea bueno o menos bueno; para sentir la certeza de que el camino
sigue y no siempre hacia arriba o hacia abajo; para ser la conciencia de este
almacén de células armadas en torno a este misterio; para ser el protagonista
de mi debilidad…; para seguir siendo yo. Me hago falta a mí mismo.
Me hacen falta todos los que me
rodean porque ellos son mi circunstancia, que es tanto como decir que son la
esencia de mi ser. Y yo les hago falta para que ellos ejerciten en mí toda su
capacidad de amar y de compartir. Sé que sin mí serían un poco menos por no
tener un ser al que dedicar cariño y amor. Esa es mi gran importancia para
ellos: que cuando ellos me quieren yo soy algo importante, igual que cuando yo
los quiero a ellos son ellos lo más alto.
Por la misma razón, hago falta a
todo lo que me rodea, pues la vida es todo y no solo los humanos. Yo soy solo
un elemento más en el armazón total de la naturaleza, y ella me necesita para
admirarla, para gozarla y para desearla.
Me hacen falta también los que
están más alejados de mí en el espacio y en el tiempo. Y ellos me necesitan a mí.
Todos juntos formamos la conciencia final del universo; todos somos el dios que
se siente y se hace vivo en la conciencia, el latido sin fin de ese universo.
Me levanto con ánimo hacia el
viento, siento que late fuerte mi conciencia, llegan ecos por todas las
esquinas, hay una sesión de música en el cielo, suenan los sones de la orquesta
total en sinfonía. Recojo el tambor y toco con fuerza y alegría.
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