Conozco a alguien que ha sido
cargo público (político)local y regional durante mucho tiempo al que digo
jocosamente que ya se levanta con la mano extendida para saludar a cualquier
cosa que esté cerca. Aún lo sigue haciendo, incluso si la persona a la que da
la mano ha hablado con él tan solo un rato antes.
Yo mismo tengo cierta fama de lo
contrario, de persona seca, demasiado seria y reacia a expresiones físicas de
amistad y de cariño. Y bien que lo siento porque no es mi intención serlo.
Por el medio y por los extremos
cabe toda una serie de intensidades y de disimulos según la ocasión y según la
confianza. Todo tiene sus medidas
El saludo no es más que una de
las casi infinitas muestras que posee el ser humano para acercarse al otro y
para mostrarle afecto o necesidad, proximidad y hasta cariño. Me resulta
divertido imaginar situaciones y fórmulas de aproximación entre personas, desde
una mirada o un apretón de manos hasta un fuerte abrazo o un beso cálido.
Hay en todas las manifestaciones
(salvando las de castigo físico), creo, un elemento común, que se aminora o se
amayora según las condiciones: en todos los casos, una aproximación física
supone la distensión de cualquier malentendido anterior, el aflojamiento de las
tensiones y la puerta abierta para la creación de un clima de confianza y de
comunicación más fluida y sincera. Cualquier ejemplo imaginado dará cuenta
cierta de lo que digo.
¿Por qué, si es así, no se
favorece la propagación de los saludos y de las muestras diversas de afecto entre
las personas? Las puertas no se dejan abrir fácilmente porque muchas fuerzas empujan
para que se mantengan cerradas: costumbres, religiones, culturas, imposiciones
sociales diversas…
No sé si en este asunto también
lo correcto está en el justo medio, pero sería bueno que, en caso de duda, nos
diéramos a los saludos y al afecto hasta que tuviéramos claro que el límite se
ha rebasado. Los efectos son buenos siempre. Algunos tenemos mucho que mejorar
en este aspecto.
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