¿Por qué cada vez que termino la
lectura del Quijote -y acabo de cerrar mi lectura de este año- lo hago con una
mezcolanza agridulce de compasión, de enfado y de energía oculta para gritar a
voces la necesidad de que todo es manifiestamente mejorable y de que no se
puede dejar morir así como así a este caballero?
Vamos a ver. Don Quijote se muere
y el autor le hace reconocer que las condiciones de los caballeros y del mundo
de la caballería son muy diferentes en su siglo y que ya no tienen sentido
estas figuras: “…ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. ¿En qué
nidos, en loss biológicos de don Quijote, en los históricos del siglo
diecisiete o en ambos? ¿Qué viene a significar eso de que “no hay pájaros”? ¿No
hay ilusiones, no hay ideas, no hay ideales, no hay condiciones para
desarrollar todo este mundo? Y, si no hay condiciones, ¿cuál es la causa?
Parece que necesitáramos volver al mundo de la calma, al orden establecido, a
la falta de movimiento, a la negación del cambio de las cosas, a que todo siga
igual, a que los beneficiados sean siempre los mismos, a no poner ningún pero a
las leyes establecidas, sean estas civiles o religiosas, a la conservación de
status quo.
El final de los días de don
Quijote, en palabras que le hace pronunciar el autor, se concreta en aquel
parrafazo de abominación de todo el mundo de la caballería. De este modo, todos
los participantes de la historia, desde el más burlón al más sesudo (y no son
incompatibles), terminan en el acuerdo de que, el caballero vivió loco y murió
cuerdo: “Yo fui loco y ya soy cuerdo”.
O sea, que la cordura supone
aceptar el status, el agarrarse a él de la mejor manera posible, el chupar de
la teta del sistema y aquí me las den todas, el no imaginar cambios en nada, el
no atreverse con nada novedoso, el no poner la voluntad al servicio de ninguna
causa que no busque el beneficio personal, el dios lo ha querido y bendita sea
su voluntad, el sometimiento a todo suceso, el tendrá que ser así, el qué buena
persona porque no tiene capacidad para ser mala, el…
No, no y no.
Cedamos en que las formas tienen
que cambiar y adaptarse a los tiempos, entendamos que las implicaciones de cada
cual son diferentes según los contextos, reconozcamos que también el ímpetu hay
que embridarlo y que la verdad nunca es absoluta, comprendamos que no es malo
ajustar en algún tano los esfuerzos con los posibles resultados… Y todo lo que
se quiera.
Pero hacer morir la voluntad, el
desapego, la bondad, la ilusión, la disposición siempre positiva, la
liberalidad, la fidelidad, la honradez y toda la enorme cantidad de virtudes
que adornan a don Quijote y a Sancho “es pensar en lo excusado”.
Por eso siempre me quedan ganas
de desenterrarlos de nuevo y de volver a acompañarlos en sus aventuras cada
año, aunque a veces hago el propósito de distanciar algo más las salidas, por
si ello me da algo más de serenidad y de buena interpretación.
De momento, dejemos a don Quijote
en su lecho, pero que vivan sus recuerdos y que luzcan sus virtudes, esas de
que tan necesitado anda este mundo en el que sigue existiendo, al lado de los
caballeros de papel cuché y del famoseo, otro tipo de caballeros, absolutamente
necesario para que no muramos de melancolía todos los demás.
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