Articular un día nos es siempre
producto bien pensado. A veces uno se deja llevar por la casualidad y por el
instinto y va llenando horas, que no tienen por qué ser las menos productivas.
Hoy el día se vistió de primavera
desde las primeras luces. Mi terraza me lo gritó bien pronto y el horizonte me
aseguraba que no habría cambios a peor. Así que, como tantos sábados, mochila
al hombro y a la naturaleza.
Las llanuras del Sangusín no nos
veían desde hacía muchos meses. Nos aguardaban con sus campos mojados y sus
prados floridos, con los rayos diáfanos y con las vacas pastando en las anchas
llanuras. Los árboles ya despegan a la vida entre sus ramas. Ya era hora.
Estamos a finales de abril y han caído por estos lugares todas las lluvias del
refrán. Incluso más de mil. Pero ya no hay marcha atrás: la vida ha reventado
aunque un poco tardía. En el fondo, la nieve de la sierra, allí donde debe
estar, en lo alto, en la cresta de la cima. También ella irá bajando hasta los
valles. Que lo haga poco a poco. Nosotros iremos a hollarla cualquier día.
Cuando la vida revienta, lo hace sin medida ni control, todo se vuelve
desmesura y alboroto. Que se lo digan, si no, a todas las aves que se
esforzaban por ofrecernos un concierto acordado mientras caminábamos o
reponíamos fuerzas a la vera del Sangusín. El pequeño río también anda
desbocado en estas fechas y niega el paso franco a los peregrinos del Camino de
Santiago, que, esforzados y animosos, lo sortean como pueden allí donde un
puente artesano se ha hecho trizas. Qué fácil y barato resultaría un arreglo
sencillo que no desanime a los caminantes. Hasta los aviones parecen presurosos
por lo alto del cielo, pájaros de más altura y luminosos, torpedos con alas y
atalayas celestes en carrera. Los caminantes siguen empeñados en surcar el
camino, cada uno desde un lugar y con una intención personal que guarda para
sí. Where are you came from?
Germany, Autriche, Tarrasa…, qué sé yo. Todos de la aldea global y todos
hacia el mismo punto.
Nosotros lo tenemos más cerca, a
unos diez o doce kilómetros. Y nos volvemos andando y mirando, dándole a la
lengua y a los pies.
Luego, la comida en familia. Y un
rato de tele. Y algo de escritura. Y más de media tarde en el reloj.
El sol sigue empeñado en su
presencia, aunque empieza con calma su declive, que ya tiene un trayecto muy
extenso.
Al día le faltan cosas. Que las marque
el azar y que sean buenas. Mañana es otro día.
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