Nuestra valoración acerca de las
cosas de la vida representa el abecedario de trabajo de la mente. O debería
representarlo, porque la inercia y el dejarse llevar tal vez ocupen a un número
de personas y de situaciones más alto del deseado. A cada instante tomamos
decisiones: negamos, asentimos, rechazamos, aceptamos, creamos… ¿Cuál es la
base de tales decisiones?
La primera respuesta es la de la
valoración empírica. Observamos la realidad, relacionamos, concluimos y
actuamos. Nuestra base está en dar por buenos los resultados del desarrollo de
la razón. De ese modo, construimos un almacén de verdades comunes, que nos
permiten describir leyes a las que atenernos y a las que acudir para sobrevivir
en comunidad.
Pero no se agota ahí nuestra
actuación sobre la realidad externa. Tan importante o más que esa valoración
empírica resulta ser nuestra valoración personal, aquella que responde a
nuestra particular escala de valores y de fines hacia los que encaminemos
nuestros esfuerzos. Con esta interferencia, la realidad se nos vuelve más lábil
y quebradiza y las verdades se nos encogen hasta el terreno de la
incertidumbre.
Por si fuera poco esto, los
sistemas de explicación empíricos -a los que también la realidad se somete en
una abstracción que se aleja, hasta casi perderlo de vista, del fenómeno
concreto- cambian en cuanto somos capaces de encontrar otros sistemas de leyes
que los expliquen mejor y de manera más amplia y sencilla. Así, por ejemplo, en
las teorías médicas o físicas, como más notables.
Para complicar del todo el
panorama, no está de más recordar que los hechos reales son infinitos y la
necesidad de abstracción hasta los principios casi invalida la universalidad y
permanencia de los mismos.
¿Cómo podemos hacer para conjugar
estas dos formas de aproximación humana a los hechos externos? ¿Es posible
anular la valoración personal hasta despersonalizar nuestra particularidad y
hasta nuestra manera única de ser humanos? ¿Renegamos del valor de la
constancia empírica por insuficiente? ¿Es posible separar en momentos y en
lugares específicos estos dos enfoques de aproximación a la realidad externa? Y,
por arrimar más dudas, ¿hay realidad externa independiente, o solo descripción
e interpretación de la misma desde nuestro interior?
Mis dudas son las mismas que al
principio de estas sencillas líneas, o sea, todas. Al menos extraigo una casi
certeza: la necesidad de no exhibir verdades absolutas como si fueran
rosquillas, y la conveniencia de la humildad y el recato intelectuales. De
nuevo, y en román paladino; sentido común y buena voluntad. En la ciencia, en
la política (¡qué capítulos los de estos días!), en la religión…, en la vida.
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