Si hacemos caso a las teorías
materialistas, los dos elementos decisivos en el desarrollo de la Historia son
la producción y la reproducción de la vida.
Cualquiera puede discutir si esa
teoría social y filosófica es verdadera o no. Muchos se empeñan en negarla y en
hacer de ella algo así como el fogonero mayor de los infiernos; pero unos y
otros hacen referencia a ella desde que se formuló. No sé, en todo caso, cómo
se puede negar la importancia de la misma, por más que se le puedan añadir
otras variantes y se le exija actualizarse al paso de los tiempos.
Miro hacia la sociedad en la que
vivo, e incluso concentro mi atención en la ciudad en la que habito, y el
panorama se me antoja desolador. La producción se ha rebajado notablemente
desde hace unos decenios, los que lleva la tradicional industria textil con las
puertas cerradas, las turbinas sin dar vueltas y las lanzaderas de los telares
sin hacer ruido. Algunas pequeñas industrias se abren y se cierran al poco
tiempo, como tributo y comprobación de que las estructuras de producción y
comerciales solo respetan la vida de las grandes superficies. Solo la pequeña
estación de esquí concentra las vagas esperanzas de casi todos, sin querer
reconocer que la nieve es escasa, que el cambio climático no favorece en nada y
que todo ese mundo es muy provisional. El aprovechamiento agrícola no es tal
vez el más intensivo ni las condiciones naturales y geológicas lo permiten. Alguna
iniciativa de pequeña industria se salva de los grises y de los negros.
La otra variante, la de la
población, el elemento más rico de una comunidad, ha roto su estructura
piramidal y ha configurado una imagen de hongo en la que la base se muestra
escuálida y sin gente, mientras que los tramos de gente mayor y anciana se
ensanchan cada día más.
Con estas materias primas, ¿qué
futuro espera a esta comunidad? La solución, si existe, tiene que venir de la
mano de todos los integrantes de la comunidad, de cada uno desde la posición
que ocupe, primero desempeñando bien su función, como ciudadano honrado y
ejemplar, y a la vez como instigador y animador entre los demás para cambiar la
dinámica de esta historia particular de la ciudad estrecha.
Pero si no hay una descripción
certera de la situación, las orientaciones hacia el futuro no serán sino golpes
de ciego y juegos de azar. Y no podemos permitirnos esos lujos cuando el
enfermo está demasiado grave. Esconderse en la mitificación de tiempos pasados,
amagar solo con el valor de no sé qué tradiciones o fiarlo todo al sálvese quien
pueda, en una política de enfrentamiento y de libertad entre desiguales, es la
peor de las situaciones. Y no sé si no andamos un poco es eso precisamente.
Es viernes santo. No sé si, además
de las procesiones de los creyentes, no tendríamos que sacar todos a la calle
nuestras miserias y nuestras realidades. Propongo una procesión de ideas,
general, racional y sin exclusiones. A ver si así, procesionando, también nos
enteramos todos de cuál es nuestra situación y de qué manera nos ponemos a la
obra para mejorarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario