O con el sentido común, porque
tal vez no haga falta otra cosa que abrir la vista, mirar, relacionar y
concluir. Pero un poquito de argumento de autoridad no viene mal.
Dice también Galbraith estas
palabras hablando del efecto dependencia en economía: “El criterio de que las
necesidades no se hacen menos urgentes al aumentar el abastecimiento del
individuo repugna por completo al sentido común”. Y también: “Solo si las
necesidades del individuo deben ser urgentes, tienen que partir de él mismo”. O
estas: Si la producción crea las necesidades que procura satisfacer, o si las
necesidades brotan pari passu con la
producción, entonces la urgencia de las necesidades no puede ser empleada para
defender la urgencia de la producción. La producción solo viene a llenar un
vacío que ella mismo ha creado”. Y estas: “Las modernas instituciones de la
publicidad y la técnica de ventas establecen el enlace más directo entre la
producción y las necesidades”. O, por fin: “A medida que una sociedad se va
volviendo cada vez más opulenta, las necesidades van siendo creadas cada vez más
por el proceso que las satisface… Las necesidades vienen así a depender del
producto”.
Qué cantidad de verdades en tan
pocas palabras. Y qué gran importancia alcanza todo esto.
No soy economista, pero me
preocupa y me ocupa la cosa pública, aunque procuro encararla por otros
senderos menos técnicos y más imaginativos. Pero me siento reconocido totalmente
en estas afirmaciones y hasta sospecho que he dicho lo mismo muchas veces, por
más que haya sido por con otras imágenes menos técnicas.
Recuerdo un ejemplo tantas veces
empleado por mí y que, resumido, dice así. En una sociedad cualquiera, es una
injusticia que una persona no posea lavadora y el vecino tenga una; pero sigue
siendo injusto que una persona tenga tres y el vecino posea cinco. A los dos
les sobran casi todas, pero la equidad no se ha cumplido y el vecino menos rico
seguirá en la expectativa de alcanzar las mismas posesiones que el vecino. El
ejemplo puede parecer exagerado, pero lo que me importa es que cumpla lo que se
le exige. ¿Quién se conforma ahora con no tener un móvil, cuando hace tan solo unos
años era un objeto extraño para casi todos? Y mejor de buena marca.
Pero lo de mayor alcance es el
hecho de que “las necesidades vienen a depender del producto”. Claro. Por fin.
Es el producto el que nos invade, el que nos deja insatisfechos si no nos
hacemos con él. ¿Cómo lo consigue? Con la publicidad y su fuerza. Este mundo se
ha convertido en un mercado y el que no tenga algo para vender está fuera de
lugar. Mas lo importante no es el propio producto sino la pasarela en la que lo
exponga. No hay producto que valga si no es sacado a pasear, a exhibirse y a
apabullar las sensaciones del posible comprador.
El proceso se acentúa por
momentos. ¿Quién quiere considerar serenamente cuánto se gasta el cine del
imperio en promocionar sus películas. ¿Es escandaloso, verdad? Pero lo es. Por
eso solo dominan el mercado las grandes corporaciones que pueden invadir ese
mercado y los medios con la propaganda y la publicidad. ¿Qué le queda al
comercio minorista? El resto, que es nada, abrir y cerrar locales y arruinar a
sus familias. ¿Y al consumidor aislado? Tal vez mirar, intentar describir,
asustarse, escapar a uno mismo, o salir a la calle dando gritos de protesta. Los
que más se van a reír de él serán los más desvalidos y aquellos que menos
defensas poseen ante la avalancha del producto, de la propaganda y de la moda,
o sea los esclavos que, además, se muestran agradecidos a aquellos que los
esclavizan. Tal vez porque no es fácil salir de esa cadena de picar carne de
cañón que es el mundo que nos hemos montado.
Tampoco yo debería sacar pecho,
ni tirar la primera piedra. Tampoco.
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