sábado, 12 de marzo de 2016

OTRO RATITO CON GALBRAITH


O con el sentido común, porque tal vez no haga falta otra cosa que abrir la vista, mirar, relacionar y concluir. Pero un poquito de argumento de autoridad no viene mal.
Dice también Galbraith estas palabras hablando del efecto dependencia en economía: “El criterio de que las necesidades no se hacen menos urgentes al aumentar el abastecimiento del individuo repugna por completo al sentido común”. Y también: “Solo si las necesidades del individuo deben ser urgentes, tienen que partir de él mismo”. O estas: Si la producción crea las necesidades que procura satisfacer, o si las necesidades brotan pari passu con la producción, entonces la urgencia de las necesidades no puede ser empleada para defender la urgencia de la producción. La producción solo viene a llenar un vacío que ella mismo ha creado”. Y estas: “Las modernas instituciones de la publicidad y la técnica de ventas establecen el enlace más directo entre la producción y las necesidades”. O, por fin: “A medida que una sociedad se va volviendo cada vez más opulenta, las necesidades van siendo creadas cada vez más por el proceso que las satisface… Las necesidades vienen así a depender del producto”.
Qué cantidad de verdades en tan pocas palabras. Y qué gran importancia alcanza todo esto.
No soy economista, pero me preocupa y me ocupa la cosa pública, aunque procuro encararla por otros senderos menos técnicos y más imaginativos. Pero me siento reconocido totalmente en estas afirmaciones y hasta sospecho que he dicho lo mismo muchas veces, por más que haya sido por con otras imágenes menos técnicas.
Recuerdo un ejemplo tantas veces empleado por mí y que, resumido, dice así. En una sociedad cualquiera, es una injusticia que una persona no posea lavadora y el vecino tenga una; pero sigue siendo injusto que una persona tenga tres y el vecino posea cinco. A los dos les sobran casi todas, pero la equidad no se ha cumplido y el vecino menos rico seguirá en la expectativa de alcanzar las mismas posesiones que el vecino. El ejemplo puede parecer exagerado, pero lo que me importa es que cumpla lo que se le exige. ¿Quién se conforma ahora con no tener un móvil, cuando hace tan solo unos años era un objeto extraño para casi todos? Y mejor de buena marca.
Pero lo de mayor alcance es el hecho de que “las necesidades vienen a depender del producto”. Claro. Por fin. Es el producto el que nos invade, el que nos deja insatisfechos si no nos hacemos con él. ¿Cómo lo consigue? Con la publicidad y su fuerza. Este mundo se ha convertido en un mercado y el que no tenga algo para vender está fuera de lugar. Mas lo importante no es el propio producto sino la pasarela en la que lo exponga. No hay producto que valga si no es sacado a pasear, a exhibirse y a apabullar las sensaciones del posible comprador.
El proceso se acentúa por momentos. ¿Quién quiere considerar serenamente cuánto se gasta el cine del imperio en promocionar sus películas. ¿Es escandaloso, verdad? Pero lo es. Por eso solo dominan el mercado las grandes corporaciones que pueden invadir ese mercado y los medios con la propaganda y la publicidad. ¿Qué le queda al comercio minorista? El resto, que es nada, abrir y cerrar locales y arruinar a sus familias. ¿Y al consumidor aislado? Tal vez mirar, intentar describir, asustarse, escapar a uno mismo, o salir a la calle dando gritos de protesta. Los que más se van a reír de él serán los más desvalidos y aquellos que menos defensas poseen ante la avalancha del producto, de la propaganda y de la moda, o sea los esclavos que, además, se muestran agradecidos a aquellos que los esclavizan. Tal vez porque no es fácil salir de esa cadena de picar carne de cañón que es el mundo que nos hemos montado.

Tampoco yo debería sacar pecho, ni tirar la primera piedra. Tampoco.

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