John Kenneth Galbraith, en su
obra La
sociedad opulenta, escribe estas palabras: “En el mundo que vio nacer
la ciencia económica, las cuatro exigencias más urgentes del hombre eran la
alimentación, el vestido y la vivienda, y un ambiente ordenado que permitiese
obtener las tres primeras. Las tres primeras se prestaban a ser llevadas a cabo
por la producción privada para el mercado; dado un buen orden, esta producción
ha ido avanzando con una eficiencia razonable. Pero el orden, que era el
atributo del Gobierno, fue proporcionado casi siempre con una notable falta de
formalidad. Con raras excepciones, este orden resultó también desmesuradamente
caro. Y bajo el pretexto de proporcionar orden, no pocas veces se presentó la
ocasión de apropiarse rapazmente de los medios adecuados para la sustentación
del pueblo”.
El texto tiene más de medio siglo
(1958), pero no sé si no resume en buena medida lo que sucede ahora mismo. Comer,
no pasar frío y tener un lugar donde refugiarse son puntos de partida y
elementos básicos para la supervivencia. Y de todo eso, que se ocupe la
iniciativa privada. Los poderes públicos parecen solo garantes de que esto se
haga con cierto orden. Es sociedad norteamericana de mediados del siglo veinte.
Desde una mentalidad europea del siglo veintiuno, más bien parece que son estos
elementos primarios los que más debe, no ordenar, sino garantizar -con todas
las intervenciones necesarias- el poder público común; y después dejar que sean
las apetencias individuales las que desarrollen otras posibilidades menos
necesarias y esenciales.
Y en parte se hace, pero solo en
parte, muy minúscula y timorata: subvenciones, subsidios, paros a los
marginados de ese esquema… En todo lo demás, son las grandes corporaciones las
que deciden por los demás y las que orientan voluntades, horarios y actividades
de todos.
Por si esto fuera poco, la segunda
parte del escrito se cumple a rajatabla. Ahí están todos los poderes con el
monopolio de la violencia para que se pueda cumplir el llamado “orden” y la
actividad privada actúe con seguridad: ejércitos, policías, guardias,
inspectores, administraciones varias. Y el doble rasero en las exigencias: el
lado ancho para la actividad privada y el estrecho para las acciones públicas
(aunque esto no se conjugue bien con las corrupciones personales). Todo parece
estar conjurado para que nada se mueva ni se modifique, para que los que ya
poseen las cosas se sientan seguros y puedan actuar a sus anchas; todo eso que,
en forma resumida, se llama la libertad de los mercados, o el miedo continuo
que se invoca al advertir las seguras fugas de capitales si sucede tal o cual
cosa. El ejemplo de lo que sucede estas semanas en España con las posibles
alianzas políticas es un buen ejemplo de ello.
No tengo datos ni dedicación
suficiente para enmendar la plana a un economista tan célebre como Galbraith,
pero creo que había que empezar la casa por otro lado. Sobre todo porque -habrá
que recordarlo una vez más-, si no se parte en igualdad de condiciones, el
recorrido de la vida se convierte en una espantosa mentira y todo el trayecto está
falseado por no partir de un principio seguro y verdadero. Pero más razón que
yo debe de tener el economista Galbraith pues casi toda la sociedad está
organizada según su esquema y no como en estas simples líneas se apunta. Tendré
que seguir pensando a ver si mis cuentas me salen de otra manera de como me
salen en estos momentos.
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