miércoles, 30 de marzo de 2016

NO QUIERO DARLE LA RAZÓN


Otra vez cito a John Kenneth Galbraith, aunque esta vez por autor interpuesto: Marshall McLuhan. Dice Galbraith: “El sistema industrial se identifica con las metas de la sociedad. Y las adapta a sus necesidades. La adaptación no tendría tanto éxito si los que componen la sociedad se dieran cuenta de ello; si supieran, en efecto cómo les guían. El genio del sistema industrial es el que forja las metas que reflejan sus necesidades- eficaz producción de artículos, una expansión constante de su producción, igual expansión constante de su consumo, una viva preferencia por los artículos y no por el ocio, una decidida entrega al cambio tecnológico, un suministro suficiente de mano de obra capacitada y educada- coordinadas con la virtud social y la ilustración humana. No se piensa que esas metas se deriven de nuestro medio ambiente. Se supone que se originan con la personalidad humana. Creerlo así es tener una sensata opinión materialista del género humano. Ponerlo en duda es correr el riesgo de ganar reputación de excéntrico o asceta”.
El texto es del pasado siglo, pero parece que estuviera pensado y expresado ahora mismo. Qué baño de realismo, de pesimismo y acaso hasta de desánimo me causa. Si la sociedad tiene necesidades, pues nos adaptamos a ellas. No importa cuáles sean estas ni las bondades o maldades de las mismas. Se trata de un asunto comercial, amigo, a ver si te enteras. Ah, y, si no se manifiestan esas necesidades, se las creamos nosotros desde la industria y desde el comercio, desde los medios publicitarios y desde la globalización. Hasta aquí el realismo.
¿Dónde está el ser humano en este sistema? ¿Dónde la libertad y la liberación de tiempo para el pensamiento y para la sensibilidad? ¿Qué lugar ocupan las ideas y los valores? ¿Dónde podemos hallar la huella de un ser pensante  y dueño de su vida en estas condiciones? Hasta aquí el pesimismo.
¿Cómo se puede luchar contra este gigante comercial? ¿Cómo puede uno librarse de él? ¿Quién está dispuesto a pagar el precio de ser tenido por los demás como un bicho raro, como un excéntrico o como un asceta? ¿Dónde hay un lugar para esconderse? ¿Cómo conjugar una visión tan radicalmente distinta a la que expone la cita con la necesidad de compartir la vida al menos con los más próximos y con la obligación de servirse del sistema, aunque solo sea para lo imprescindible? Por estos y otros caminos anda el pesimismo.

Es verdad que hay caminos intermedios. También que existen engañabobos y ojos que no ven porque no quieren ver. Pero ahí queda el esquema, que sigue valiendo, y que no tiene visos precisamente de cambiar.

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