Cada instante es irrepetible,
cada persona es única, cada vida es una odisea particular y cada comunidad
posee características que la diferencian de las demás. Y eso que aspiramos a
los principios, a esas verdades que queremos duraderas y que nos sirvan para
siempre y en todas las condiciones. Es en ellas en las que nos refugiamos y en
las que deberíamos caber todos, a pesar de las diferencias.
Pienso en mi generación, en
aquella que vivió la esencia de la transición (cada uno a su manera y en
distintos niveles: menos lobos casi siempre), los últimos estertores de la
dictadura, los esfuerzos y la ilusión ante un mundo nuevo, las desavenencias
tempranas y hasta las desilusiones con tantas cosas, y el recorrido posterior,
seguramente ya desde otro punto de vista más asentado, distante y en función
menos protagonista.
Evocar aquellos impulsos de
generación joven e impulsiva llena todo de imágenes que no se repiten en las
personas más jóvenes. Cualquiera puede hacer la prueba desde su propia
experiencia: los juegos, las escuelas, los horarios, las relaciones familiares,
los amigos, las escaseces generales, las perspectivas académicas y laborales…, la
visión del mundo y su futuro. Si esa realidad era marginada y especial, como
fue a todas luces la mía, el contraste rompe casi cualquier molde: carboneras,
campo, pobreza severa, falta de comunicaciones…
Pero todo quedó atrás y ahora
suben al escenario otras personas, otra nueva generación de hombres y de
mujeres, más jóvenes y con otros impulsos y circunstancias diferentes.
Como tendemos a pensar que
cualquier tiempo pasado fue mejor, tal vez encontremos algunas aristas en
nuestros días que no nos satisfacen del todo. Pienso, por ejemplo, en el campo
social. En los años ochenta fuimos capaces de navegar en el barco común, sin
zozobrar, hasta la orilla de la democracia, a pesar de todas las tormentas y de
las mareas, que no fueron pocas.
Hoy parece que estamos en otra
situación en la que necesitamos todos una buena mezcla de valentía y de
serenidad al mismo tiempo, de pedir y de ofrecer a la vez, de aportar y de
dejarse aconsejar al mismo tiempo, de concertar, en suma. No sé si todos
estamos en ello o cada cual anda un poco más a lo suyo, olvidando aquello que
aconsejó el maestro: “Tu verdad guárdatela y ven conmigo a buscarla”. A veces
da la impresión de que las formas pierden la verdad del fondo y de que las
salidas de tono desafinan y no dejan oír la melodía entera.
Tal vez ni yo ni nadie de aquella
generación tengamos suficiente autoridad para aconsejar nada. Puede incluso que
estemos demasiado pasados de moda y no seamos más que unos abuelos cebolletas
que ya solo soñemos fuera de tiempo y de lugar.
Porque aquellas batallitas de
antaño no son las mismas que las disputas que se producen hoy. Pero tal vez las
guerras sí que lo sean. Quién sabe.
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