jueves, 24 de marzo de 2016

ECCE HOMO


Cualquier motivo azaroso me ha puesto delante de los ojos, en los últimos días, toda una serie de cartas de condenados a muerte, en sus últimas horas de vida. Primero fueron algunos asesinados por los levantados en armas en la guerra incivil y después los últimos ajusticiados y condenados a muerte del régimen franquista. Al menos una veintena de personas que, “en capilla”, expresaban por escrito sus últimos sentimientos. Prácticamente todos lo hacían para sus familiares más directos: sus padres, sus esposas, sus hijos, sus hermanos…
Existe un elemento común que me ha llamado poderosamente la atención. Se trata de la entereza con la que encaran la pérdida, ya inmediata, de su vida. Supongo que en estos casos tendrá mucho que ver el hecho de que todos mueren con la certeza de que no merecen ningún castigo y mucho menos el de la pena capital.
Pero es que uno, desde lejos, trata de compadecerlos y espera que, precisamente en esos momentos tan intensos, cualquiera se venga abajo y estalle rompiendo cualquier esquema de razón y de serenidad. Pues no es el caso en ninguno. A veces hasta sorprende esa serenidad y esa templanza con las que encaran lo inevitable. Su ternura, sus afectos y su amor se van todos para sus familiares y parece que ninguna preocupación especial se reservan para ellos.
No conozco ningún estudio sistemático de últimas cartas de condenados, pero imagino una experiencia apasionante su realización. Estos son todos reos de últimas horas y de muerte señalada en el reloj, ni siquiera les queda la indefinición de una enfermedad que puede durar más o menos tiempo y dejar en la imaginación alguna vaga posibilidad.
Me resulta inevitable comparar con la imagen del condenado a muerte que procesiona estos días por las calles, aquel Jesús que, hecho hombre y en debilidad, exclamó “Eli, Eli, lama sabactani”. Todo un dios abandonado y mostrando sus flaquezas, las que uno espera en cualquier ser humano normal. En esa debilidad es donde mejor se hace hombre y en la que mejor encaja la otra expresión: “Ecce homo”. He aquí al hombre, el hombre entregado a las turbas y sin posibilidad de defensa.
¿De qué pasta estaban hechos los condenados del primer y del último franquismo que ni siquiera parecían mostrar la debilidad propia del ser humano solo y abandonado?

Todo pare confuso para mí y todo me deja pensativo, con mis pensamientos en los condenados y en mis debilidades, que me humanizan y me convierten también en un ser hacia la muerte.

No hay comentarios: