miércoles, 2 de marzo de 2016

DEJARSE LLOVER


La mañana se ha vuelto de algodón y la bruma en el monte se duerme a ras de suelo. Hay niebla dibujada como en un recipiente de ceniza que bullera y no encontrara resquicio por el que salir al aire. El viento se ha olvidado y todo duerme en calma y en sosiego.
Por eso la mañana es gris y semiolvido, es luz que se abre paso con aliento cansino y con temor a no saber trazar la senda verdadera y los caminos. La niebla baila sobre el suelo húmedo y frío y va formando figuras inconsistentes en la piel sin color de la ladera, en esa que se acuesta y se levanta tapada por la manta blanquecina del celaje en las ramas y en el suelo.
El monte huele dulce y el suelo no despega hacia los cielos, pues todo se confunde con el albo tejido de la niebla.
Cuando penetro en ella, mi conciencia se vuelve hacia otros días en los que la memoria encuentra huella, a otras horas de calma y lentitud, primigenias y niñas, colmadas por la inocencia de los primeros años y por el candor del tiempo sin medidas.
Pero llega la lluvia redentora, la lluvia que me corre por los brazos, que desnuda mi cuerpo y que me unge de un tibio sabor de vida y de alegría, que me hace ser más agua.
La lluvia que me aclara junto al suelo, que me lava de culpas y me acaricia lenta, viene desde muy lejos y no sabe de nada ni de nadie. Por eso es lo más puro en la mañana. Es lloro sin saber que lagrimea y es salud porque sana y porque enciende la pasión por la luz y la pureza. Ha dejado muy lejos todas las impurezas, las de la injusticia y de la envidia, las de la sed y la pereza, las de la maldad y la mentira.

La lluvia baila ebria por momentos y se derrama en gotas y en sonidos. Así pasa una hora, tal vez dos, acaso… Y el tiempo se ha dormido… Y en sus brazos, yo bailo también un ritmo no aprendido. Y me lleno de humedad y sudo agua por todos los poros de mi cuerpo, y me deshago en sed por esa lluvia, y me dejo llover por todas partes, y yo mismo me llevo en otras gotas que se van a la tierra y a los ríos, en busca de los ecos de otras lluvias que han de volver cargadas de pureza cuando vuelva la lluvia para llover de nuevo en mi presencia, dentro y fuera de mí, que entonces seré lluvia también, como lo soy ahora, cuando llueve y me lluevo en la mañana. 

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