viernes, 4 de marzo de 2016

BESOS, TERNURAS...


El presente… ¿Qué es eso del presente? Tal vez un equilibrio difícil entre el pasado y el futuro, una representación enmascarada de un tictac en el tiempo, una falsa parada que no para, un viaje para quedarse en el mismo sitio, una carrera inútil porque, por mucho que corramos y nos apresuremos, siempre terminamos dándonos alcance a nosotros mismos, un olvido de otras metas para quedarse a mirar el mismo paisaje y las mismas aceras, una convicción íntima de que, al final, todo termina siendo agua pasada…
En fin, no nos pongamos imaginativos. O no demasiado, porque el exceso nos mata y la carencia no nos deja salir por ahí a vivir.
De modo que, en el Congreso, dos parlamentarios se han dado un beso en la boca y, aunque solo sea por la falta de costumbre, han dejado boquiabiertos a la mitad de los presentes. Antes y después se habían dirigido, en el lugar y por parte de uno de ellos, imprecaciones más propias de una taberna en madrugada, o de general fanfarrón, que de personas dispuestas a parlamentar serenamente y con argumentos. Así es la vida.
Pero estos achuchones no deberían escandalizar a nadie. Al fin y al cabo, estas efusiones son externas, simples, de afecto y de amistad. Más cuidado habría que prestar a las otras declaraciones, que enfangan todo y no arreglan nada, si no es el enardecimiento de los seguidores fanáticos, poco necesitados de ninguna arenga apocalíptica.
Porque mira tú si habrá habido en la Historia manifestaciones mucho más escandalosas, ocultas o semiocultas en las que la moral y la decencia “oficiales” se han desparramado sin que el río se haya desbordado. Ayer repasaba una retahíla de infidelidades, de lujurias y lascivias, de cuernos y de recuernos en los dos últimos siglos en España, y parece que historia y cuernos se confunden, que el sexto mandamiento no deja lugar al menos a las excepciones, y que aquí el que no corre vuela.
Algunos casos personales son casi paradigmáticos. Tal el caso de Isabel II, que guarda una lista de personajes amantes casi como la guía de teléfonos antigua; o el contrario, hasta el desfogue incontrolado, para recuperar el tiempo perdido, de Corín Tellado. Nuestra historia se escribe con el acortamiento de las faldas, con los catecismos de los reprimidos, con los preservativos de ultimísima hora, con las suecas y el turismo, y siempre, con la moral amenazante de las sacristías y los confesionarios. “De todas las historias de la Historia…”

No volvamos a taparnos ahora, después de tanto destape escondido y de alcoba. Tampoco en la manifestación de nuestras ideas. Pero hagámoslo con un poco más de cautela, con algo menos de chulería y con una pizca de humildad. Tal vez entonces, los besos de amistad sean más serenos y serán acogidos con normalidad, sin la extrañeza del que besa pero a la vez reparte zurriagazos a diestra y siniestra, sin pensar que el presente se expande en el futuro, y que “arrieritos somos y…” 

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