LENGUAS
Es doctrina de todos los
filólogos
que las lenguas son seres como
tantos,
que nacen, crecen, se reproducen,
mueren,
y que, en esa carrera de relevos,
van dejándose el alma a cada
instante.
Y así, renuevan términos, reducen
el campo de fonemas, modifican
las reglas y las lindes de los
campos semánticos.
No es de extrañar, por tanto, que
en aquella
gran torre de Babel todos los
hombres
echaran su pie a tierra,
confundidos
por tanta variedad y tanto desatino.
Por si esto fuera poco, se
expandieron
como plagas de Egipto por el
mundo:
diversidad de lenguas y
dialectos,
variedades sin cuento, tecnicismos,
argots, hablas locales, jerigonzas…
Para arreglar tamaño desconcierto,
la Historia les dio lengua a
todos los imperios
-a cada uno la suya, por
supuesto-,
y ya en el siglo veinte se hizo
fuerte
el imperio de todos los imperios.
Y entre lenguas, dialectos y
diversas jergas,
todo el mundo se aplica a la
conquista
del inglés, variante americana.
Sin él no somos nadie, no
contamos,
y corremos peligro de
extinguirnos.
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