LAS CALLES
Al llegar la mañana, me dirijo
a dialogar un rato con las
calles.
Me reconocen pronto y me saludan
con la amistad que teje la
costumbre.
Muchas guardan despojos
de la noche pasada, cuando el
viento
recoge a los borrachos y a los
gatos.
Otras me dan noticias,
pormenores,
de aquellos que pasean las aceras
con la prisa colgada en los
bolsillos.
Hay algunas que asienten comprensivas
si pregunto qué dicen las estatuas,
esas que lo ven todo y no
consiguen
ni siquiera soñar una respuesta.
Están también los parques y
jardines,
los bancos y las plazas
recoletas.
Todas guardan los ecos cual si
fueran
almacén de sonidos que llegan del
espacio
y posan aturdidos para jugar al
corro
con palabras, con besos, con
pisadas,
con todo lo que guardan y
custodian.
Después, al rato, casi sin
notarlo,
llegan los ruidos todos a las
calles
y yo les digo adiós y me retiro
hasta el día siguiente. Me parece
que quisieran tal vez
acompañarme.
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