“Siempre que trato con hombres
del campo, pienso en lo mucho que ellos saben y nosotros ignoramos, y en lo
poco que a ellos importa conocer cuanto nosotros sabemos”.
Estas palabras componen una
consideración que don Antonio Machado se hace durante un viaje, al lado de un
campesino, mientras este está en silencio. Están recogidas en la versión en
prosa de “La tierra de Alvargonzález”. Hay tres elementos para considerar: “los
campesinos saben mucho”, “nosotros sabemos poco”, “separación entre los
intereses de unos y de otros”.
No estoy muy de acuerdo con don
Antonio. Los campesinos saben lo que saben, unos más y otros menos. Sí creo que
lo que saben es más esencial, sencillo y duradero. Lo es porque sus constataciones
son más visibles y permanentes: es la naturaleza y son los días los que
constatan cómo suceden y cómo van a suceder las cosas. La vida del ciudadano
(de ciudad) es mucho más volátil y apresurada; no es fácil saber qué puede
ocurrir mañana y todo parece ser más provisional y variado. Nada demuestra,
hasta aquí, que una versión sea mejor que la otra, por más que la tradición dé
casi siempre el premio a la “alabanza de aldea”.
Tampoco sé muy bien hasta dónde
alcanza la separación entre “campesinos” y “ciudadanos”. O, al menos, tengo
para mí que no es la única variable que separa la escala de valores entre unos
y otros la de vivir en el campo o en la ciudad. Las palabras de don Antonio
Machado se cifran hace un siglo y hacen referencia a una tradición anclada en
el pasado. Las relaciones físicas y sociales de ahora mismo acercan mucho las
circunstancias de unos y de otros; los límites entre vivir en el campo o en la
ciudad se han desdibujado y no es sencillo trazar una línea divisoria. Sospecho
que variables como edad o nivel cultural también intervienen con fuerza y
marcan separación y diferencia.
En todo caso, las diferencias
siguen existiendo, sobre todo en sus últimos reductos, en aquellos que nos
acercan a lo más esencial y a lo más escondido. Tal vez por eso -también en la
imagen de Machado- recreamos al campesino más silencioso, simple y austero. Seguramente
porque tiene que recluirse en sí mismo y en la naturaleza como interlocutor
inmediato, y eso lo lleva a un grado de desconfianza y de apartamiento mayor
que los del ciudadano.
¿Qué será para el campesino eso
de conversaciones para intentar formar Gobierno si tiene la necesidad inmediata
de tener que acudir a echar hierba al ganado, o tiene que arar porque se le
pasan los días que marca el calendario del campo, por ejemplo? ¿Con quién va a
comentar el último escándalo político si a él todo eso le queda demasiado lejos
y en nada puede influir?
De esta escala de valores más
personal y esencial surgen las prácticas diarias, las labores, los gozos y las
sombras campesinas. Como las que desarrolla Machado en el espléndido romance de
Alvargonzález.
No sé cuántos de estos aromas
esenciales se conservan entre nuestros campesinos un siglo después ni si su
formulación puede ser la misma. En el romance de Alvargonzález todo luce con esplendor,
epifanía y hondura. Machado es siempre Machado.
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