Rubén está esperando que lleguen
las palabras. De momento las oye pero no las produce. Apenas balbucea alguna
sílaba. Pero también a él irán llegando, como llegaron a mis labios y como
llegaron a los labios de Sara, su hermana, que ahora no para de nombrar y
nombrar ya muchas cosas.
Cada palabra tiene un orden de
llegada y aparece cuando le toca, cuando la mente la conoce y la articula,
cuando sabe que ya es segura su presencia, cuando alguna nueva realidad le pide
paso para sumarse a la lista de lo que
ya circula a su antojo por la boca.
¿Por qué no hacemos una lista con
el momento en el que llega hasta nosotros cada palabra? ¿Cuál es la edad para
la palabra mamá o papá? ¿Y la de niño? ¿Y la de pan? ¿Y la de amor? ¿Y la de
odio? ¿Y la de miedo? ¿Y la de decepción? ¿Y la de amigo?
Los entendidos dicen que son las
realidades nuevas a las que nos enfrentamos las que producen la necesidad de
nombrarlas, y así aparecen las palabras nuevas, esas que primero se manifiestan
pudorosas y con miedo y después, poco a poco, se afianzan en el uso y en la
realidad practicada por cada uno de nosotros. Porque la palabra es primero pura
y sin dobleces, como un niño sin duda y sin malicia; después se va cuajando con
especias y le salen las aristas, las connotaciones personales y del grupo, los
faldones que se le van poniendo viejos si no se lavan y una cara que ya no
siempre sonríe ante la vida.
De modo que la palabra tiene
también su vida personal, su camino de ida y vuelta, sus noviazgos y su
descendencia, y cualquier día termina muriendo en una cuneta o llevada al
cementerio en un funeral con carroza y banda de música.
La persona y la palabra; la
palabra y la persona. La edad de la persona y la edad de la palabra. Son vidas
paralelas que se implican, que se llaman porque se necesitan, porque una nombra
a la otra y la otra nombra a la primera.
La vida es nombrar y tanto más
vivimos cuanto más nombramos. Por eso la vida se va llenando de palabras, que
se limpian y se ensucian, como se lavan y se ensucian los días y los años. Y
según nos vaya sonando la vida así nos van sonando las palabras.
Rubén está esperando las palabras
porque Rubén está esperando la vida y su articulación. A mí me gustaría que la
realidad que yo le añado y la realidad que él me añade se conozcan pronto más y
más, y se llamen, y se nombren, y sigan nombrándose sin que las palabras se ensucien
ni se rompan. Yo nunca tuve la realidad física de los abuelos y por eso la
palabra que los nombraba tardó en llegar a mi memoria; apenas la empleé para
referirla a aquellas figuras casi misteriosas que llenaban los poyos de mi
pueblo, como residuos eternos del cielo y de los tiempos. Después quedó dormida
hasta hace algo más de seis años. Entonces Sara la despertó ya para siempre en
mí y después en ella. Rubén tiene que darle paso desde el primer aliento.
Porque yo estoy ahí y quiero estar ahí. Y porque él tiene que querer también
rozarse con esta realidad que yo le ofrezco.
Hoy la palabra abuelo se estira y
se conforma, toma fuerza y se alza a nombrar y a pregonar un trozo de
existencia. Aunque tenga que pasar por el plantel de ABU.
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