miércoles, 20 de enero de 2016

RUBÉN ESTÁ BUSCANDO LAS PALABRAS


Rubén está esperando que lleguen las palabras. De momento las oye pero no las produce. Apenas balbucea alguna sílaba. Pero también a él irán llegando, como llegaron a mis labios y como llegaron a los labios de Sara, su hermana, que ahora no para de nombrar y nombrar ya muchas cosas.
Cada palabra tiene un orden de llegada y aparece cuando le toca, cuando la mente la conoce y la articula, cuando sabe que ya es segura su presencia, cuando alguna nueva realidad le pide paso para sumarse a la lista  de lo que ya circula a su antojo por la boca.
¿Por qué no hacemos una lista con el momento en el que llega hasta nosotros cada palabra? ¿Cuál es la edad para la palabra mamá o papá? ¿Y la de niño? ¿Y la de pan? ¿Y la de amor? ¿Y la de odio? ¿Y la de miedo? ¿Y la de decepción? ¿Y la de amigo?
Los entendidos dicen que son las realidades nuevas a las que nos enfrentamos las que producen la necesidad de nombrarlas, y así aparecen las palabras nuevas, esas que primero se manifiestan pudorosas y con miedo y después, poco a poco, se afianzan en el uso y en la realidad practicada por cada uno de nosotros. Porque la palabra es primero pura y sin dobleces, como un niño sin duda y sin malicia; después se va cuajando con especias y le salen las aristas, las connotaciones personales y del grupo, los faldones que se le van poniendo viejos si no se lavan y una cara que ya no siempre sonríe ante la vida.
De modo que la palabra tiene también su vida personal, su camino de ida y vuelta, sus noviazgos y su descendencia, y cualquier día termina muriendo en una cuneta o llevada al cementerio en un funeral con carroza y banda de música.
La persona y la palabra; la palabra y la persona. La edad de la persona y la edad de la palabra. Son vidas paralelas que se implican, que se llaman porque se necesitan, porque una nombra a la otra y la otra nombra a la primera.
La vida es nombrar y tanto más vivimos cuanto más nombramos. Por eso la vida se va llenando de palabras, que se limpian y se ensucian, como se lavan y se ensucian los días y los años. Y según nos vaya sonando la vida así nos van sonando las palabras.
Rubén está esperando las palabras porque Rubén está esperando la vida y su articulación. A mí me gustaría que la realidad que yo le añado y la realidad que él me añade se conozcan pronto más y más, y se llamen, y se nombren, y sigan nombrándose sin que las palabras se ensucien ni se rompan. Yo nunca tuve la realidad física de los abuelos y por eso la palabra que los nombraba tardó en llegar a mi memoria; apenas la empleé para referirla a aquellas figuras casi misteriosas que llenaban los poyos de mi pueblo, como residuos eternos del cielo y de los tiempos. Después quedó dormida hasta hace algo más de seis años. Entonces Sara la despertó ya para siempre en mí y después en ella. Rubén tiene que darle paso desde el primer aliento. Porque yo estoy ahí y quiero estar ahí. Y porque él tiene que querer también rozarse con esta realidad que yo le ofrezco.

Hoy la palabra abuelo se estira y se conforma, toma fuerza y se alza a nombrar y a pregonar un trozo de existencia. Aunque tenga que pasar por el plantel de ABU. 

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