Intento hacer la lista de las
personas y de las profesiones que la sociedad en la que vivo dedica a eso que
llaman orden y control, y me quedo sin números en la cabeza: ejército, policías
de no sé cuántas clases, guardia civil, jueces, fiscales y toda la parafernalia
judicial, guardas jurados y de los otros, vigilantes… Medio mundo empleado en
mantener el orden y en impedir el movimiento fuera de los parámetros marcados
por los poderes más engrasados y por los más interesados precisamente en que
ese orden permanezca inmóvil. Y, si solo fueran estos, al menos uno entendería
la postura desde el egoísmo que parece perseguirnos a todos. Pero a estos
grupos de privilegiados se les suman otros ejércitos de infantería que no
tienen nada que perder -porque nada poseen: solo el miedo los posee a ellos-,
pero que parece que les va la vida en mantener las diferencias y las
desigualdades. Es la legión de los esclavos agradecidos, el último escalón de
la degradación en la entrega mental y social.
Sería bueno intentar entender
cuáles son las causas que incitan a una comunidad a tener que levantar en armas
y en recelo a una buena parte de la misma, y cuáles aquellas por las que no
dedica algún esfuerzo más a los impulsos que dan vida, formación e inteligencia
a cada ciudadano en plano de igualdad. ¿No nacen desde estos planteamientos tan
elementales políticas totalmente distintas según se atienda a unas cosas o a
otras? ¿Qué sociedad es aquella que necesita poco menos que un policía en cada
esquina y un juez por todas partes? Tanto es el recelo y tanta es la
desconfianza entre los miembros de la comunidad? Y, si es real esa desconfianza
mutua, ¿por qué se produce?, ¿qué sistema social y qué escala de valores los
impulsa? ¿De dónde se puede deducir crecimiento social y mental si cada uno
anda con el escudo puesto por si los otros le atizan con la espada del egoísmo?
¿Por qué no invertir
juiciosamente en educación, en planes de conciliación de actividades laborales
y familiares?, ¿por qué no atreverse a educar a todos los integrantes de la
sociedad para que cada uno sea dueño responsable y creador de su propio
proyecto vital? ¿Y qué coño tiene que ver esto con el PIB ni con el POB?
¿Seguimos pensando que todo lo que no son cuentas son cuentos? ¿Por qué tanta
pobreza mental en tanta abundancia de dinero? ¿No es más razonable pensar que,
desde el impulso de la igualdad de oportunidades y de una escala de valores en
la que se active la solidaridad y el bien común, los resultados, también los de
las cuentas, tienen que revelarse forzosamente más favorables? Solo desde ese
contexto de igualdad de oportunidades podrá ser excluido el que no quiera
incorporarse al mismo, pues lo habrá hecho desde la elección personal real y no
vigilada.
¿Quiénes son los grupos que con
mayor energía defienden la existencia y la promoción de tanta fuerza del orden?
¿Cuáles los que mayor producto extraen de este estado de cosas? ¿En qué lugares
se asienta la visibilidad más acusada de estos agentes del orden? Cada cual lo
puede ver en cuanto abra los ojos.
Cualquier decimita que se retira del
presupuesto de orden para pasarlo al de educación e igualdad de oportunidades
modifica la escala de valores, crea ideología, hace disminuir la desigualdad y
multiplica los beneficios del común.
Esto sí parece relevante. Algo
más que el juicio de Urdangarín o el partido de fútbol del siglo.
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