jueves, 14 de enero de 2016

LA MÚSICA, NEGOCIO DE PARTICULAR JUICIO


¿Alguien se puede imaginar un mundo sin música? Imposible. Desde los sonidos más espontáneos hasta las melodías más elaboradas, pasando por los compases en los que cabe todo tipo de expresiones… El mundo no podría ser lo que es sin música. Como no lo sería sin el poder mágico de la palabra. ¿Por qué, pues, no nos educamos todos en la palabra y en la música?
Desde las primeras entonaciones pausadas en la lectura, ya nos damos cuenta de que la melodía resulta fundamental para la comunicación y para el sentimiento de satisfacción. Después llegan las primeras melodías, los afinamientos, las diferencias de ritmos, las ensoñaciones de la música, y todo un mundo pasado por el tamiz de las siete notas encauzadas y embridadas en las obras musicales.
La música es el lenguaje más universal y, por ello, más estilizado, más tamizado y más seleccionado; en él solo cabe el resultado final, la punta de la flecha que apunta hacia el horizonte amplio en el que caben todas las personas, de cualquier tiempo y de cualquier espacio. Es verdad que cada melodía puede evocar una etapa o un hecho concreto, por haberse configurado en un contexto determinado del autor; pero ninguna otra expresión como ella es capaz de convocar a los seres humanos para su disfrute. Y eso en todas sus infinitas variedades.
Me pregunto por qué muchas clases de música, a pesar de convocar a todos desde la melodía, invitan a la vez a gozar de ella desde la soledad y el silencio; algo así como si nos condujera hacia el espíritu y a lo inefable, a lo que no se puede expresar en comunidad sino solo en lo más hondo del espíritu en soledad.
Mientras tecleo, escucho música de Vivaldi, “Il giardino armonico”, y no sé si sería capaz de analizar racionalmente el contenido de esta melodía, salvo en lo que estrictamente se refiere a la técnica musical (y yo, ni eso siquiera). Sobre la música no se puede pensar con nitidez; casi todo se nos va en la evocación y en el sentimiento más difuso y estilizado. Y ahí aparece la necesidad del silencio, el apartamiento y el cese del espacio y del tiempo, el olvido de las obligaciones y la sensación de bienestar o de fastidio, el suave balanceo y el reposo, si no intelectual, sí al menos racional. Tal vez por ello hay muchas personas incapaces de escuchar cierto tipo de música y desarrollar a la vez otra actividad.
Confieso que yo prefiero en muchas ocasiones un fondo musical para mis actividades lectoras o de escritura; pero no permito que lo invada la articulación de la palabra. Entonces me perdería en mi actividad, y yo prefiero perder mi conciencia en el fondo difuso de la música, para que así la actividad también posea algún regusto impreciso de ese fondo musical.

Por el mismo procedimiento, aunque con materiales distintos, se llega hasta el milagro de la palabra, que brota del silencio y se recrea en el sonido articulado y armonioso. Y algo parecido sucede con la actividad matemática. En todos los casos, la mente se estiliza y el ambiente se concilia con el silencio, con la admiración y con la sensación más agradable. Por eso, como decía fray Luis para la poesía, estas actividades bien resultas son “negocio de particular juicio”.

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