Y en ese eco olvidado de las notas,
respiro y me descubro pensando en el sentido exacto de eso que llamamos amor. Y no sé definirlo porque me invade
la contradicción y el desasosiego.
Amor se siente amigo de la
desposesión; pero no lo es menos de la posesión y de la invasión. En la relación
amorosa necesitamos dos protagonistas que intercambian las funciones, que se
dejan mojar por la lluvia del otro, cada uno permite que un canal abundante de
agua anegue todos los surcos de su cuerpo y de sus deseos, soporta la abnegación
sin pedir nada a cambio, todo lo fía a la buena voluntad del amado o de la
amada. Intuyo al menos, en esa relación, una desposesión, un abandono, una
reducción de los otros posibles amantes, un cerrar puertas a cualquier
competidor, el certificado de nueva propiedad, el empobrecimiento y la
anulación de cualquier rival, el asomo de una forma de egoísmo poderoso y
creciente, la ocupación de otro terreno y de otra forma física y mental y el
levantamiento de empalizadas para guardar la propiedad, y hasta la invasión
física y material en otro cuerpo.
Y así en una relación continuada
de ida y vuelta.
Existen religiones en las que
este sentido de invasión se intenta sublimar y disfrazar sin la presencia
física de uno de los amantes, o, al menos, con el alejamiento y espiritualización
de uno de ellos. Pero no creo que esto invalide esa realidad de conquista y de
enaltecimiento final del yo en forma física o en forma más aparentemente
refinada de la relación interpuesta por la oración o por los sentimientos
imaginados: “Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y
dejeme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.
¿En qué medida, pues, se puede
relacionar el amor con el egoísmo más ingenuo, acendrado y natural?
¿Por qué, cuando ese sentido de
posesión conseguida se hace normal, tiende a la relajación y hasta al abandono?
¿Cómo se puede cultivar esa flor para que no se marchite y se aje? ¿De qué
manera se puede trascender ese egoísmo ingenuo para que no se manifieste como
algo engañoso y envuelto en gasas de tul, pero para que tampoco dañe solo al
amado o a la amada? Tal vez sería lo menos malo que supiéramos en qué terrenos
nos estamos moviendo, para no pedirle a la vida más de lo que realmente nos
puede dar, que es muchísimo, por otra parte. Pero todo quedaría al borde del
precipicio si toda esa realidad de posesión y de egoísmo no supiéramos
embridarla y situarla en un plano de igualdad con la realidad de la persona
amada, amante a su vez e ingenuamente egoísta, como cada cual.
Dejaré este apunte en el ambiente
de la música que suena dulcemente y volveré al ejercicio del ingenuo egoísmo,
con el cuchillo cerrado, con las manos abiertas y abriendo las puertas para que
la invasión sea mutua y consentida. En todos los niveles; en el del amor humano,
en el de la amistad y en el del regalo religioso si se presenta el caso. Si ha
de existir el ego sin remedio, que lo sea en el contexto armonioso del
nosotros.
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