viernes, 15 de enero de 2016

INGENUO EGOÍSMO POR AMOR


Y en ese eco olvidado de las notas, respiro y me descubro pensando en el sentido exacto de eso que llamamos amor. Y no sé definirlo porque me invade la contradicción y el desasosiego.
Amor se siente amigo de la desposesión; pero no lo es menos de la posesión y de la invasión. En la relación amorosa necesitamos dos protagonistas que intercambian las funciones, que se dejan mojar por la lluvia del otro, cada uno permite que un canal abundante de agua anegue todos los surcos de su cuerpo y de sus deseos, soporta la abnegación sin pedir nada a cambio, todo lo fía a la buena voluntad del amado o de la amada. Intuyo al menos, en esa relación, una desposesión, un abandono, una reducción de los otros posibles amantes, un cerrar puertas a cualquier competidor, el certificado de nueva propiedad, el empobrecimiento y la anulación de cualquier rival, el asomo de una forma de egoísmo poderoso y creciente, la ocupación de otro terreno y de otra forma física y mental y el levantamiento de empalizadas para guardar la propiedad, y hasta la invasión física y material en otro cuerpo.
Y así en una relación continuada de ida y vuelta.
Existen religiones en las que este sentido de invasión se intenta sublimar y disfrazar sin la presencia física de uno de los amantes, o, al menos, con el alejamiento y espiritualización de uno de ellos. Pero no creo que esto invalide esa realidad de conquista y de enaltecimiento final del yo en forma física o en forma más aparentemente refinada de la relación interpuesta por la oración o por los sentimientos imaginados: “Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejeme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.
¿En qué medida, pues, se puede relacionar el amor con el egoísmo más ingenuo, acendrado y natural?
¿Por qué, cuando ese sentido de posesión conseguida se hace normal, tiende a la relajación y hasta al abandono? ¿Cómo se puede cultivar esa flor para que no se marchite y se aje? ¿De qué manera se puede trascender ese egoísmo ingenuo para que no se manifieste como algo engañoso y envuelto en gasas de tul, pero para que tampoco dañe solo al amado o a la amada? Tal vez sería lo menos malo que supiéramos en qué terrenos nos estamos moviendo, para no pedirle a la vida más de lo que realmente nos puede dar, que es muchísimo, por otra parte. Pero todo quedaría al borde del precipicio si toda esa realidad de posesión y de egoísmo no supiéramos embridarla y situarla en un plano de igualdad con la realidad de la persona amada, amante a su vez e ingenuamente egoísta, como cada cual.

Dejaré este apunte en el ambiente de la música que suena dulcemente y volveré al ejercicio del ingenuo egoísmo, con el cuchillo cerrado, con las manos abiertas y abriendo las puertas para que la invasión sea mutua y consentida. En todos los niveles; en el del amor humano, en el de la amistad y en el del regalo religioso si se presenta el caso. Si ha de existir el ego sin remedio, que lo sea en el contexto armonioso del nosotros. 

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