miércoles, 16 de diciembre de 2015

ARTE: TRADICIÓN Y VANGUARDIA


Resulta casi proverbial el lamento de muchos de los lectores o asistentes a recitales de poesía en el sentido quejarse de lo difícil que resulta la comprensión de la misma. Parece que quisieran que todo se les presentara en octosílabos rimados en consonante y con un trazo narrativo lineal y sin complicaciones. Con no menos intensidad se prodigan las quejas de muchos poetas y creadores en general acerca de sus propios colegas acusándoles de oscuros, cuando no de culturetas o hasta de culturalistas y nada comprometidos. Luego tal vez en sus creaciones no se observe con tanta claridad ese camino que reivindican. El ejemplo es aplicable a todas las artes.
En realidad, el camino tal vez no resulte tan sencillo, ni la realidad tampoco. La discusión es eterna y no tiene solución que satisfaga a todos. Acaso no sea posible.
El ser humano, por naturaleza, es ser de costumbres y desea, de manera inconsciente, verse reflejado en los hechos que le resultan conocidos, porque así entiende que otros ven el mundo como ellos lo ven. En cuanto se le presentan imágenes o relatos que abandonan el mundo mostrenco (o, mejor, la manera más mostrenca y repetida de ver el mundo), se encuentra descolocado y se pone a la defensiva. Ese sentimiento de recelo tiene que ser conjugado con otra sensación no menos real, más fuerte pero menos duradera; es la del deseo de ser sorprendidos por lo nuevo, la curiosidad por descubrir otras posibilidades diferentes.
La presentación de un obra de creación artística corre el peligro de aparecer ante el receptor como demasiado novedosa o como demasiado consabida. En ambos casos corre el peligro de ser rechazada por el cuerpo amplio y medio de los mimos.
La creación en la Edad Media suponía la aproximación a un modelo universal e incluso religioso: existían principios que se imponían como únicos y unidireccionales, los mismos que se podían hallar en la naturaleza y en los principios religiosos. Por eso se repetían los modelos y el orden lo presidía todo. Con la llegada de la edad moderna, todo cambió: el hombre se hizo hombre, la diversidad se hizo norma y la razón humana exigió su lugar y reconocimiento. Esta diversidad se ha hecho más visible en el último siglo, el de las vanguardia y el de los teóricos excesos creativos.
¿Se arregla esto con la sencilla explicación de que todo exceso es negativo, o, en palabras literarias, “toda afectación es mala”? Ojalá, pero es postura poco comprometida. Los cambios de rumbo y de estilo se producen por alguna causa, sea esta evidente o sea menos visible. En el fondo, sea en el nivel individual o en el de escuela creativa de época y grupo, lo que subyace es una inadaptación entre las visiones de la realidad existentes entre los creadores y los receptores. Esa incomodidad desata la tormenta, produce el nublado y precipita la lluvia, esa lluvia que moja de manera diferente y a la cual hay que adaptarse con ropa conveniente.
¿Eso quiere decir que el creador tiene razón en su deseo de romper con la realidad para crear otra diferente a través de sus obras, aunque la comprensión de esta resulte más dificultosa? No encuentro ninguna razón para que así sea. El receptor tiene su propia capacidad para dirigir su propia conciencia y su propio modelo formal. Y el receptor ¿tiene razón? Tampoco tiene por qué: no le reconozco ni más capacidad ni, desde luego, más deseos de cambiarla. Es en esa lucha, en ese enfrentamiento de criterios en los que se fragua el éxito o el fracaso tanto de la forma como de los contenidos de una obra de creación. Hay quien baja los brazos y se “somete” al criterio del receptor, y hay quien no lo hace en el mismo grado. Cada uno recibe su recompensa.

Pero algo permanece antes y después de esta lucha: es el indicio claro de que el creador ha encontrado un desengaño, mayor o menor, que le empuja a plantear la realidad en otra forma y en otro orden de contenidos diferentes a los más aceptados. Claro que habría que saber si no es con el deseo de que estas nuevas formas se conviertan a su vez en modelos; los mismos modelos que estarán a su vez condenados a hacerse habituales, mostrencos y diana de otras nuevas formas de vivir y de mostrar artísticamente la realidad. Tal vez, entonces, la creación sea siempre vanguardia: la más tradicional, y la más rompedora y vanguardista. Vaya por dios, tanto empeño para eso… 

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