Resulta
casi proverbial el lamento de muchos de los lectores o asistentes a recitales
de poesía en el sentido quejarse de lo difícil que resulta la comprensión de la
misma. Parece que quisieran que todo se les presentara en octosílabos rimados
en consonante y con un trazo narrativo lineal y sin complicaciones. Con no
menos intensidad se prodigan las quejas de muchos poetas y creadores en general
acerca de sus propios colegas acusándoles de oscuros, cuando no de culturetas o
hasta de culturalistas y nada comprometidos. Luego tal vez en sus creaciones no
se observe con tanta claridad ese camino que reivindican. El ejemplo es
aplicable a todas las artes.
En
realidad, el camino tal vez no resulte tan sencillo, ni la realidad tampoco. La
discusión es eterna y no tiene solución que satisfaga a todos. Acaso no sea
posible.
El
ser humano, por naturaleza, es ser de costumbres y desea, de manera
inconsciente, verse reflejado en los hechos que le resultan conocidos, porque
así entiende que otros ven el mundo como ellos lo ven. En cuanto se le
presentan imágenes o relatos que abandonan el mundo mostrenco (o, mejor, la
manera más mostrenca y repetida de ver el mundo), se encuentra descolocado y se
pone a la defensiva. Ese sentimiento de recelo tiene que ser conjugado con otra
sensación no menos real, más fuerte pero menos duradera; es la del deseo de ser
sorprendidos por lo nuevo, la curiosidad por descubrir otras posibilidades
diferentes.
La
presentación de un obra de creación artística corre el peligro de aparecer ante
el receptor como demasiado novedosa o como demasiado consabida. En ambos casos
corre el peligro de ser rechazada por el cuerpo amplio y medio de los mimos.
La
creación en la Edad Media suponía la aproximación a un modelo universal e
incluso religioso: existían principios que se imponían como únicos y
unidireccionales, los mismos que se podían hallar en la naturaleza y en los
principios religiosos. Por eso se repetían los modelos y el orden lo presidía
todo. Con la llegada de la edad moderna, todo cambió: el hombre se hizo hombre,
la diversidad se hizo norma y la razón humana exigió su lugar y reconocimiento.
Esta diversidad se ha hecho más visible en el último siglo, el de las vanguardia
y el de los teóricos excesos creativos.
¿Se
arregla esto con la sencilla explicación de que todo exceso es negativo, o, en
palabras literarias, “toda afectación es mala”? Ojalá, pero es postura poco
comprometida. Los cambios de rumbo y de estilo se producen por alguna causa,
sea esta evidente o sea menos visible. En el fondo, sea en el nivel individual
o en el de escuela creativa de época y grupo, lo que subyace es una inadaptación
entre las visiones de la realidad existentes entre los creadores y los
receptores. Esa incomodidad desata la tormenta, produce el nublado y precipita
la lluvia, esa lluvia que moja de manera diferente y a la cual hay que
adaptarse con ropa conveniente.
¿Eso
quiere decir que el creador tiene razón en su deseo de romper con la realidad
para crear otra diferente a través de sus obras, aunque la comprensión de esta
resulte más dificultosa? No encuentro ninguna razón para que así sea. El
receptor tiene su propia capacidad para dirigir su propia conciencia y su
propio modelo formal. Y el receptor ¿tiene razón? Tampoco tiene por qué: no le
reconozco ni más capacidad ni, desde luego, más deseos de cambiarla. Es en esa lucha,
en ese enfrentamiento de criterios en los que se fragua el éxito o el fracaso
tanto de la forma como de los contenidos de una obra de creación. Hay quien
baja los brazos y se “somete” al criterio del receptor, y hay quien no lo hace
en el mismo grado. Cada uno recibe su recompensa.
Pero
algo permanece antes y después de esta lucha: es el indicio claro de que el
creador ha encontrado un desengaño, mayor o menor, que le empuja a plantear la
realidad en otra forma y en otro orden de contenidos diferentes a los más
aceptados. Claro que habría que saber si no es con el deseo de que estas nuevas
formas se conviertan a su vez en modelos; los mismos modelos que estarán a su vez
condenados a hacerse habituales, mostrencos y diana de otras nuevas formas de
vivir y de mostrar artísticamente la realidad. Tal vez, entonces, la creación
sea siempre vanguardia: la más tradicional, y la más rompedora y vanguardista.
Vaya por dios, tanto empeño para eso…
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